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Edición
06

¿Por qué necesitamos la participación de los niños?

Colaboración de Antonella Rissotto – Instituto de Psicología – CNR
Roma
Después de examinar las características de la degradación del ambiente urbano y los costos que esto implica para el desarrollo del niño, en particular en la experiencia de juego y la movilidad autónoma, el artículo habla acerca de cómo los niños contribuyen en la promoción del cambio verdadero y consistente de la ciudad. Se examinan los experimentos que dan lugar a la participación de los niños como una estrategia que permite un acceso privilegiado al conocimiento acerca de las necesidades de nuestros ciudadanos más jóvenes y como un recurso innovador en la solución de los problemas de la ciudad.

Los experimentos muestran que la participación de los niños puede conducir a la adquisición de una sensibilidad fresca y competente por administradores y técnicos de la ciudad. Los experimentos se llevaron a cabo en Italia y otras ciudades de Europa y Latinoamérica, durante diez años de actividades en el proyecto la Ciudad de los Niños. Estas ofertas confirman la capacidad de los niños para identificar los problemas de la ciudad, cómo ellos surgen y, proponer soluciones que son a menudo innovadoras o útiles para todos los miembros de la población.

Objetivo del artículo
En el Instituto de Psicología del CNR, Roma, una investigación y un grupo de coordinación internacional fue establecido para el proyecto «a Ciudad de los Niños (Tonucci 96), que promueve formas de participación activa de los niños en la vida de la ciudad apuntando al alcance de un cambio coherente en dirección del desarrollo sostenible. Los autores han trabajado con ciudades italianas, españolas y argentinas, siguiendo las iniciativas promovidas por las administraciones locales y ocasionalmente en forma personal conduciendo los siguientes experimentos, El Consejo de Niños y La Participación de los Niños en la Planificación.

El artículo pretende describir los objetivos y motivos subyacentes y rasgos de la participación de los niños sobre la base de los experimentos realizados desde 1991 dentro del marco de este proyecto.

Introducción
Hasta hace sólo unos años, la ciudad era un lugar de reunión, de relaciones sociales y para andar. Por esta razón se suponía, y realmente era, a pesar de todas sus contradicciones e injusticia social, hermosa, rica en monumentos, sorpresas y nuevas perspectivas.

En tal ciudad, los ciudadanos estaban interesados y acostumbrados a salir y experimentar la ciudad, disfrutando del andar de sus calles, sus cuadras y lugares de reunión. La casa era un lugar importante, aunque unido esencialmente a funciones primarias; toda la vida social, intereses y el entretenimiento fue situado fuera, en los espacios públicos de la ciudad.

Hoy la situación parece completamente invertida: el deseo más fuerte expresado por los ciudadanos es llegar a sus casas lo más rápido posible. La casa se ha hecho rica y cómoda, un lugar donde las defensas han sido erguidas contra el mundo exterior, tranquilizando y relajándose en el interior. La ciudad se ha hecho hostil, y es percibida como un peligro para ser evitado. La idea es ir de un lugar privado (la casa) a otro lugar «privado» (el lugar de trabajo, escuela, gimnasio, teatro, etc.) y a fin de evitar muchos peligros obligados de ser encontrado en un viaje tan inquietante, es preferible usar un medio de transporte privado como el coche. Los sitios públicos que antes caracterizaron la ciudad son considerados ahora peligrosos, abandonados, privatizados, como tránsito o estacionamientos. La continuidad de locales privados y la desaparición de sitios públicos consisten en lo que hasta cierto punto caracteriza una «no ciudad». Así es como la ciudad responde a las necesidades de sus ciudadanos adultos, productivos, que son muy motivados para salir y pueden permitírselo. Ellos tienen que viajar largas distancias muy rápidamente y preferentemente en sus vehículos privados. Los otros ciudadanos, aquellos que están más débiles o simplemente menos interesados en viajar distancias largas, terminan  ya no siendo capaces de salir, o lo hacen lo menor posible. Cada vez más parece que nuestras ciudades no tienen gente mayor o minusválida. En las calles no se ven niños, ya que ellos dividen su tiempo entre la escuela, actividades durante la  tarde (guitarra, varios deportes, lenguas que aprenden) y la televisión.
¿Qué ha pasado?
¿Por qué se han cambiado las características de la ciudad tan radicalmente durante las últimas décadas?

En un período de la tendencia fuerte hacia urbanización y gran productividad industrial, las ciudades fueron sacrificadas a estas líneas del desarrollo. Las respuestas dadas por administradores de ciudad y técnicos, durante las décadas pasadas, no están relacionadas con un proyecto total, una elaboración cultural, una política, sino esencialmente con presiones especulativas por una parte y presiones de producción en el otro. Por un lado, la ciudad ha tenido que acomodar un número asombroso de nuevos ciudadanos. Por lo tanto el número de habitantes se ha doblado o se ha triplicado, y en algunos casos aumentó hasta más. Por otro lado, era necesario permitir a esta población activa alcanzar sus lugares de trabajo construyendo vías de acceso proveyendo transporte publico, manufacturando autos para  todo propósito,  alentando a los trabajadores a comprar autos, alentando a los automovilistas a viajar libremente y estacionar en las vecindades de sus casas o los lugares de trabajo. Y también hacer posible para los padres que trabajan, dejar a sus niños y a los mayores al cuidado de alguien más, y no ser directamente responsable de los más débiles.

Observando los cambios que han ocurrido durante estos años, se puede ver como las calles y las áreas públicas se han hecho cada vez más, sitios donde el coche tiene derechos exclusivos y ha perdido gradualmente su función del lugar público. Incluso una decisión extrema, paradójica: a fin de moverse alrededor con seguridad, todos los ciudadanos viajan en coche hasta para distancias cortas, hasta llevar a los niños a la escuela. En esta etapa los peatones desaparecen y, con ellos, la preocupación por la protección de su territorio, los pavimentos, las carreteras y parques, así como sus necesidades, como ser capaz de cruzar la calle sin peligro y fácilmente.

El objetivo principal de la movilidad urbana es facilitar el tráfico automotor, hacerlo más ‘fluido’ «y lo acelera». Los coches tienen un motor, pero el nivel del piso, el itinerario más favorable, siempre es reservado para ellos: los peatones que tienen que subir sobre puentes o descender en los pasos inferiores. Muchas de las áreas antes usadas por adultos, sobre todo los mayores y los niños, así como los espacios libres, han sido convertidos en estaciones de servicio o estacionamientos.

La mayoría de ciudadanos tiene dificultad en el andar a lo largo de las calles de la ciudad, en el crusarlas, en ir a la escuela solos, al correo, al mercado, y en cuanto a  poder satisfacer sus necesidades autónomamente, en ejercer un derecho específico, que es incluido entre los derechos generales de los habitantes – como el uso de los espacios de la ciudad y el movimiento alrededor de ella, en forma segura. Un amigo de Roma, nos dijo que su abuela no se había ido de la casa durante varios meses porque los semáforos no se quedaron el  tiempo suficiente en verde, para permitirle cruzar la calle.

La desaparición de estos ciudadanos de las calles es la prueba dramática de la pérdida de democracia en áreas urbanas.
¿Qué precio han pagado los niños para estos cambios?
Aunque estos cambios causen problemas para cada uno, los niños pagan un precio aún más alto: ellos pasan la mayor parte de su tiempo cerrado dentro de espacios cerrados donde ellos se acoplan a actividades organizadas y controladas por adultos. Ellos han limitado sumamente la autonomía, que es muy retrasada considerando su edad; ellos no tienen la oportunidad de ir fuera con sus amigos y jugar o compartir la aventura del descubrimiento gradual de nuevos sitios; no les permiten aprender a enfrentarse con riesgos acorde a sus capacidades de crecimiento (Tonucci, 1995).

Los niños son excluidos de la ciudad; su integración social ocurre sólo en sitios diseñados para ellos.

ad hoc, con amigos que ellos no han elegido y con adultos que realizan una enseñanza específica y control de la función. Esto significa que en sus actividades de juego a los niños no les permiten observar las actividades de los adultos y tienen menos oportunidad de adquirir conocimiento y capacidades por observación e imitación (Germanos, 1995). Esto también significa que los niños ya no tienen la experiencia diaria de encontrarse y jugar con otros niños mas grandes, o mas pequeños; lo cual inevitablemente conducia a un comportamiento que, aunque a veces era conflictivo, sin embargo era una fuente importante para desarrollar habilidades, y tambien actitudes imitativas o de proteccion.
El juego en la ciudad
Si es verdad que el desarrollo cuantitativamente y cualitativamente más significativo en una mujer o un hombre ocurre en los primeros años de vida, cuando ellos alcanzan la escuela la mayor parte de su aprendizaje fundamental ha ocurrido ya, y todo lo que pasa más tarde es fuertemente afectado por «los fundamentos» que fueron dados durante la parte temprana de la vida. Es necesario reconocer el papel fundamental del juego en el desarrollo de una persona. El juego del niño se enfoca en su propio cuerpo y en el de su madre, en la exploración de los espacios que lo rodean, en el uso de los objetos que le permiten conocer y conocerse, ser estimulado y relacionarse con otros en juegos que le aporten un enriquecimiento,  organización y complejidad, así como también ir situando las reglas. Todos esos  elementos mencionados, son  fundamentales en cualquier desarrollo armónico.

La ciudad tradicional, en la cual ningún espacio fue expresamente designado para los niños, les fue ofrecida a ellos como un patio en sí mismo, un espacio definido y protegido, arreglado de modo tal de acomodar el juego de los niños en el mundo del adulto. Éste no era un espacio particularmente diseñado para niños, y por esta razón era percibido por ellos como algo misterioso y variado, abundante en estímulos y sorpresas. Por otra parte, la ciudad moderna cada vez más toma el aspecto de un arenero, de pequeños espacios cercados diseñados con funciones específicas y establecidos exclusivamente para niños. La ciudad-patio de juego intrigaba porque era variada y amplia. Sus límites eran flexibles; el reunirse con otros era algo buscado y no rechazado, la seguridad se mantenía a través de un proceso de apropiación espacial continua por parte de los niños. En la ciudad-arenero nada inesperado ocurre, la percepción de su espacio es inmediata y se termina en el instante mismo en que es percibido, la seguridad se consigue por una separación tajante del interior del exterior (Bozzo, 1995). En décadas recientes hubo cambios profundos del modo en que los niños utilizan los espacios públicos: ha aumentado bastante la edad a la que se les permite a los niños estar afuera de casa sin el control adulto, se ha reducido la variedad y cualidad de los sitios a los que se les permite ir, mayores limitaciones han sido impuestas por los adultos y ha aumentado el número de profesionales cuyo trabajo es monitorear las actividades de los niños (Gaster, 1991). Producto de esta necesidad irritante de proteger y salvaguardar, garantizada por la presencia constante de adultos y por la creación de sitios para niños diseñados sobre la base de la seguridad y criterios de control, se ha hecho imposible para los niños disfrutar de experiencias que impliquen un riesgo. El riesgo debe ser considerado un componente esencial del juego: la conciencia y la satisfacción del aprendizaje surgen del proceso de encontrar nuevas dificultades y vencerlas. Ésto produce placer, consolida el nivel alcanzado y anima a esforzarse por alcanzar nuevos objetivos, buscar desafíos mayores, espacios más amplios, relaciones más complejas. Los niños abordan riesgos a la medida de sus capacidades, porque su objetivo es pasar la prueba y no involucrarse en un desafío temerario y cínico (actitudes que no caracterizan a los niños). Todo esto es inevitablemente inhibido por la presencia de adultos que no pueden evitar controlar y proteger.

Los diferentes modos en que los niños se apropian de espacios públicos en la vecindad, su acceso a lugares de juego, la posibilidad de moverse con autonomía y su evaluación de los espacios abiertos de la vecindad, son afectados por el modo en que el ambiente urbano es diseñado (Giuliani et al., 1997). La relación entre espacio y actividades de juego es compleja. Las calles y los espacios cercanos a sus casas, a diferencia de lo que ocurre en el caso de jardines privados, congregan a un número mayor de pares, hacen posible jugar a diferentes juegos y permiten que los niños ganen familiaridad con el medio ambiente, que es percibido como un espacio semi-privado (Brougère, 1991). Las actividades que realiza el niño en el medio ambiente en el cual vive con influenciadas por «la naturalidad» de los lugares: en sitios en los cuales hay céspedes y árboles, los juegos creativos son más frecuentes que en áreas carentes de vegetación (Taylor, A. F., et al., 1998).

Si la demanda social en relación al juego en sitios públicos requiere de seguridad, separación y control, las ciudades establecerán espacios dedicados a niños que son rigurosamente horizontales a fin de facilitar la supervisión adulta; espacios cercados y equipados con el moblaje estereotipado que sólo permite jugar los juegos para los que fueron diseñados (Marillaud, 1991). Estos juegos desarrollan sobre todo la dimensión motriz, pero tienden a inhibir la expresividad en el juego de los niños (Danacher, 1991); no promueven la socialización entre niños, sino que dan  prioridad a las relaciones entre adultos y niños y demuestran ser inadecuados para satisfacer las necesidades de juego de los niños (Alexander, 1977; Ader y Jouve, 1991). A fin de satisfacer las necesidades de juego de los niños, el medio ambiente debe ser rico y estimulante de manera que ofrezca diferentes oportunidades de interacción y apropiación; esto implica ofrecer acceso libre a los diferentes espacios de la ciudad(Moore, 1978; Ader y Jouve, 1991).

La casa, siempre que las condiciones económicas lo permitan, tiende a ser autónoma y autosuficiente. La casita de campo con su jardín y yarda cercada permitirán que el niño juegue en un espacio rico y altamente organizado, sin necesidad de ir a otro lado, donde sólo se encuentra con amigos que han sido invitados. Cuando las condiciones económicas no lo permiten, uno cae en el dormitorio del niño o el balcón. Wohwill (1981) sugiere que las casas de familia en las afueras de las ciudades podrían ser más beneficiosas para niños pequeños que un apartamento en un edificio de varios pisos, ya que permiten al niño adquirir un conocimiento de su medio ambiente. Sin embargo, a medida que el niño expande sus territorios fuera de casa, la casa de familia ya no facilitaría la relación necesaria con el complejo medio urbano.

En años recientes, en muchas ciudades se ha desarrollado una política de protección y empuje de áreas de parque públicas, aunque parques y jardines estén a menudo lejos de las casas de los niños de modo que generalmente tienen que ser acompañados por sus padres. Por consecuencia, hay un movimiento en progreso para revalorizar los patios de las casas y la gente es invitada a liberarlos de coches aparcados y volver a utilizarlos con fines sociales (Lorenzo, 1995; Tambor, 1995). Una encuesta realizada en Roma (Prezza et al., 2000) mostró que estos espacios «de vecindad» pueden volverse sitios muy importantes para los niños pequeños, ya que les permitirían vivir sus experiencias tempranas de autonomía y de encontrarse con otros niños y figuras adultas que no son sus padres. También se observó que el patio era utilizado con mayor frecuencia por los niños como lugar para jugar en comparación con el parque y espacios privados, y existe una correlación positiva entre la autonomía de movimiento y la posibilidad de utilizar estos espacios.

Los viajes alrededor de la ciudad
Sesenta años atrás la movilidad del niño de escuela primaria no era muy diferente a la de sus padres. Hoy la autonomía de un adulto ha aumentado enormemente, mientras que durante el mismo período de tiempo la de los niños ha decrecido considerablemente, en gran parte debido a los riesgos causados por el uso de automóviles (Parr, 1967). El fenómeno que Parr describía a fines de los años sesenta ha alcanzado hoy proporciones paradójicas: la demanda de los adultos por la movilidad, escrupulosamente encarnada en décadas recientes en el urbanismo y en las opciones de movilidad urbanas, realmente ha anulado cualquier posibilidad de movilidad autónoma para sus niños y para sus abuelos ancianos.

La reducción de la autonomía del niño no sólo está relacionada con la oportunidad de movimiento extenso alrededor de la ciudad. Un número creciente de niños es acompañado a la escuela por un adulto, por lo general en automóvil. Menos y menos niños tienen permiso para cruzar la calle solos, para ir a jugar sin ser acompañados, pasear una bicicleta en espacios públicos, etc. La reducida libertad y oportunidad de tomar decisiones independientes ha conducido al enlentecimiento del proceso de crecimiento de los niños debido a su imposibilidad de aprender tanto características espaciales del ambiente como comportamientos que garantizan la independencia (Hillman, 1993). La investigación realizada en tres barrios de la ciudad de Roma, incluyendo a niños entre 8-11 años, demostró que el 13.5 % siempre van a la escuela solos, el 68.3 % siempre son acompañados por un adulto y el 18.3 % de vez en cuando van a la escuela solos (Giuliani et al. 1997). Prezza et al. (2000) confirman estos datos para la ciudad de Roma e indican que «los muchachos tienen más autonomía que las muchachas, los niños más grandes que los más joven, aquellos que viven en casas con patio, aquellos que viven en un distrito recién construido y aquellos cuyos padres perciben el barrio como más seguro tanto en cuanto al tráfico como socialmente». De la investigación en curso en el Instituto de Psicología del CNR, Roma, que incluye seis ciudades italianas para un total de más de 1000 niños, el número medio del italianos entre 6 y 11 años que van a la escuela acompañados llega al 82.5 %, aunque con diferencias significativas entre el norte(91.7 %) y el sur (69.2 %). La encuesta otorgó valores de autonomía similares en cuanto al uso del barrio por parte de los niños (yendo a jugar en la casa de un amigo, haciendo las compras, yendo al club de juventud de la parroquia, etc.).

Varios elementos de la extensión urbana tienen más efectos negativos que otros en la movilidad de los niños. Los cruces de las calles son elementos cruciales en el itinerario del peatón. Son sitios particularmente peligrosos y, por esta razón, representan verdaderas barreras cognoscitivas que impiden a los niños tomar posesión de la ciudad (Bonanomi, 1994).

La reducida autonomía de movimiento de los niños es también un fenómeno inquietante porque gran parte de la investigación ha demostrado que la experiencia personal que los niños tienen de determinado medio ambiente influencia positivamente la adquisición de conocimiento ambiental (Ciervo, 1979; Spencer, Darvizeh, 1981; Cohen, Cohen, 1985; Torell, 1990). La investigación en progreso en el Instituto de Psicología CNR muestra que el modo en que el viaje colegio-casa es puesto en práctica tiene influencia en el conocimiento espacial del ambiente que poseen los niños entre 8 y 11 años.

Neil Armstrong (1993), quien investigó el efecto de la movilidad autónoma reducida en el desarrollo físico de los niños, encontró que el 50 % de las niñas entre 10 y 16 años y el 30 % de niños de la misma edad carecía de experiencias equivalentes a aquellas que se pueden disfrutar en una caminata de diez minutos.

La extensión del territorio fuera de casa es negociada por los niños con sus padres sobre la base de factores tales como edad, género, contexto ambiental (urbano, suburbano, rural), miedos de los niños y de los padres referentes al ambiente, el atractivo del campo, etc. En particular, Hart (1978, 1979) demostró que el género está asociado a diferencias sustanciales en el tamaño del territorio fuera de casa comenzando desde los 8-10 años. Esta diferencia era debida no sólo a la mayor protección adjudicada a las niñas, sino también al hecho de que los padres consideraron que los varoncitos deberían tener mayor libertad a fin de adquirir un estado de masculinidad adecuado. Además, los niños varones transgredieron los límites de la autoridad paterna más a menudo que las niñas.

Claramente, en el desarrollo de la movilidad autónoma de los niños influyen no sólo los verdaderos peligros que están al acecho en el ambiente, sino también la percepción que tienen padres y niños de los posibles riesgos. El concepto de riesgo es muy amplio, ya que los miedos y las preocupaciones se refieren no sólo al peligro de accidentes físicos sino también a la contaminación atmosférica, el ruido, las restricciones para los niños contenidas en el ambiente exterior, la reducción de su libertad de movimiento, su separación de otros niños y adultos (Bjorklid, 1994). El modo en que los riesgos son percibidos es diferente en los niños y sus padres. Los padres, por ejemplo, a diferencia de sus niños, consideran a los accidentes de tráfico como el riesgo más probable y grave (Sotavento y Rowe, 1994). La evaluación que  los padres hacen de las capacidades y habilidades de sus niños tiene sus efectos en la autonomía que éstos tendrán y en el tipo de interacción entre ellos y el ambiente (Ciervo, 1979; Spencer, 1990). Ampofo-Boateng y Thompson (1991, 1993) acentúan que las limitaciones a la autonomía se deben más a los miedos de los padres que a cualquier auténtica incapacidad de sus niños, como por ejemplo en el caso de riesgos en el tráfico. Blakely (1994) demuestra cómo los miedos de los padres a los secuestros, ataques, etc. son explotados por los medios, y así causan una percepción exagerada de la peligrosidad del ambiente urbano. Esto reduce enormemente el número de oportunidades de los niños para encontrarse con otros niños afuera de su casa, y tiene un efecto en las actividades que ellos emprenden. Esto es así a pesar del hecho bien conocido de que los mayores riesgos son casi siempre encontrados por los niños dentro y no afuera de la casa, y en las manos de personas conocidas por ellos y por sus padres y relaciones. El resultado general es un reforzamiento de la prohibición a los niños de salir solos y una fuerte tendencia a educarlos para que aprendan a desconfiar de extraños.

Los niños son bien conscientes de los peligros presentes en el medio ambiente. Su preocupación por la contaminación, el tráfico, el delito, la descortesía, es de ningún modo dependiente únicamente de los miedos repetidamente expresados por sus padres o de las opiniones esparcidas por los medios (Woolley et al. 1999).

En años recientes, la cuestión de la promoción de la movilidad del peatón, considerada no sólo como una respuesta importante en la busca de una solución para los problemas de tráfico y el desarrollo sostenible de la ciudad, sino también para entender la importancia de autonomía en el desarrollo de un niño, ha conducido a la introducción de iniciativas a favor de la movilidad del niño. Un estudio de los efectos de un experimento para promover el movimiento autónomo de niños de 6 a 11 años, llamado «Vamos a la escuela por nuestra propia cuenta», propuesto por el Instituto CNR de Psicología de Roma y puesto en práctica en varias ciudades italianas, ha destacado la importancia de este tipo de actividad en el desarrollo del niño porque, de todas las variadas formas de autonomía, la movilidad es sin duda la más penalizada. La investigación también destaca la importancia de la relación entre la autonomía de los niños y el modelo de paternidad del adulto (Baraldi et al., 2000). Los padres que asocian su papel principalmente con actitudes de protección y resguardo hallan difícil permitir a sus niños mayor libertad, aún en situaciones que construyen conciencia social, como aquellas producidas por el experimento «Vamos a la escuela por nuestra propia cuenta». Esta es una oportunidad para enfatizar la importancia de la participación de los padres en la realización de esta iniciativa que, a fin de cuentas, exige una concepción diferente del niño y, como veremos más adelante, una nueva cultura de la infancia.
Para un verdadero cambio necesitamos a los niños
Los mismos ciudadanos que antes exigían la movilidad rápida a total servicio del automóvil están ahora modificando esta demanda, gracias al cambio cultural promovido por los movimientos ecologistas y a la alerta que causó la medición de la calidad del aire en las ciudades. Ellos exigen ahora mayor limpieza, menor ocupación de la tierra, mayores factores de protección de la salud. Los administradores responden prometiendo una acción protectora y cambios radicales del ambiente urbano en sus programas administrativos. Sin embargo, la actitud de los ciudadanos es contradictoria: temen una respuesta coherente que implicaría abandonar numerosos privilegios que ahora son consideran como sus derechos. Por esta razón, los administradores prefieren continuar con la ejecución parcial y a menudo sólo aparente de sus promesas, y prefieren dar prioridad en la acción a la reducción de los efectos en vez de las causas del problema: revestimiento de las vías con asfalto elástico y barreras anti-ruido para reducir la contaminación acústica, enormes estacionamientos para automóviles construidos bajo tierra a fin de liberar espacio en la superficie, tráfico de automóviles periódicamente suspendidos o automóviles con tubos de escape catalíticos para reducir los indicadores de polución. Pero, al menos en nuestros países del Mediterráneo, no se hace nada acerca del número de automóviles, o su compatibilidad con aquellos ciudadanos que deciden caminar o trasladarse en bicicleta.

El niño como parámetro
Nuevamente, el adulto trabajador es el modelo a tener en mente ante cualquier acción administrativa. Se trata siempre de satisfacer sus necesidades, descuidando o pisoteando los derechos y las necesidades de la mayoría de la población. Existe una complicidad perversa entre los adultos y sus administradores con respecto a los privilegios del primero y el consentimiento de éstos últimos.

Es a partir de esta concientización que nació la Ciudad de los Niños, proyecto en el cual los alcaldes y los administradores de la ciudad son invitados a reformular su punto de referencia y a tomar al niño y no al ciudadano adulto productivo como parámetro. El niño es el escogido, no para proveer a esta categoría de mayores recursos o servicios, sino para elegir al más pequeño como garantía para todos; alejarse lo más posible de la lógica y mentalidad adultas para garantizar que las necesidades de todos sean escuchadas y tenidas en cuenta. Este es una nueva filosofía de la administración de la ciudad.

Tomar al niño como parámetro hace difícil respetar el acuerdo conspiratorio entre votantes y los administradores antes mencionados: los niños necesitan crecer, y para poder hacerlo tienen que jugar. Para jugar, deben poder moverse alrededor de la ciudad, deben poder jugar sus juegos con la menor interferencia posible de parte de los adultos. Por lo tanto, necesitan un ambiente accesible a peatones y garantizado por el interés y la responsabilidad social de todos. Un medio ambiente tal no sólo satisfaría los requerimientos de los niños, sino también aquellos de los ancianos y los minusválidos, y si les fuera posible deshacerse de sus privilegios intolerantes, aquellos de todos los ciudadanos. Se trata de repensar la ciudad como espacio público, donde las calles y los barrios puedan ser usados como canales de comunicación e intercambio; y como lugar seguro, no porque son custodiados, sino porque son frecuentados, vividos, ocupados por gente que ha tomado medidas frente a la necesidad de bienestar colectivo.

Los ciudadanos más jóvenes no sólo representan la necesidad de todos los ciudadanos, sino también aquella de la ciudad considerada como un ecosistema global, que hoy se encuentra seriamente enfermo. Todos los males encontrados hoy en la ciudad moderna realmente se corresponden con el sufrimiento de niños: la ciudad sufre de un desarrollo sectorizado en zonas, mientras los niños necesitan un ambiente bien estructurado, complejo, compartido; la ciudad sufre de grandes conglomeraciones de viviendas que son fuente de privación social, marginalización y delincuencia, mientras los niños sufren de la imposibilidad de encontrarse en estos ambientes peligrosos, donde no hay ni parques ni plazas; la ciudad sufre del tráfico, la contaminación y el ruido, los niños sufren de la inseguridad que les impide disfrutar libremente de sus experiencias fundamentales de exploración y juego. En este sentido puede decirse que el niño es un sensible indicador ambiental, y cuando el niño está bien significa que la ciudad ha encontrado su función natural como lugar para compartir, de cooperación y solidaridad. Este es un modo correcto de proponer un desarrollo sostenible.

Los niños pueden ayudarnos
No sólo pueden los niños volverse un punto cultural de referencia para los administradores, pero ellos también pueden tener el papel de protagonistas en contribuir a cambiar la ciudad de este modo. Debe permitírseles expresarse, ser escuchados, y se deben tener en cuenta sus propuestas. Éstas son tres actitudes extremadamente complejas, que no son normalmente adoptadas por los adultos, en la creencia de que su papel como padres, profesores o en última instancia de adultos, implica las funciones de educación, enseñanza y protección, y que el papel de los niños es el de obedecer.

Permitir que los niños se expresen, lograr escucharlos y estar dispuesto a tomar sus propuestas en consideración implica una condición previa: estar convencido de que los niños saben, son totalmente conscientes de lo que quieren y en particular de lo que carecen, y de que son capaces de formular propuestas. Esta condición preliminar se logra adoptando una actitud crítica ante las certezas tradicionales del adulto responsable, a través de una observación correcta, atenta y sensible del comportamiento de los niños, a través del estudio del desarrollo infantil y de las habilidades de los niños, y recuperando las memorias de la propia infancia, de los propios deseos satisfechos y de aquellos que no lo fueron.

Si esta actitud de amabilidad y expectativa curiosa e interesada en relación a los niños aparece, es posible implementar experimentos positivos de participación de los niños. Los más interesantes y más practicados en los diez años de experiencia del proyecto «de la Ciudad de Niños» en varias ciudades italianas y extranjeras que han participado, son El Consejo de Niños y La Participación de los Niños en la Planificación.
El Consejo de Niños
Hace muchos años, comenzando en Francia, los experimentos que incluyen Consejos Municipales Locales de niños y gente joven fueron emprendidos y hoy ellos son muy comunes también en Italia. Su rasgo distintivo es que ellos ofrecen a las generaciones más jóvenes la oportunidad de disfrutar de una experiencia de administración lo más cercana posible a aquellas de los adultos de modo que puedan apreciar las características. Es esencialmente una experiencia de educación cívica que implica la formación de partidos, una campaña electoral, una elección similar a las de los adultos, la victoria de uno de los partidos, el nombramiento del alcalde y su consejo. Por regla general, el programa del Consejo así formado consiste en la realización de un proyecto que el partido ganador propuso como su programa, gracias a la contribución de la Municipalidad. En el proyecto la Ciudad de los Niños la propuesta es considerablemente diferente, y de manera más simple incluye a un grupo de niños, por lo general entre 6 y 10 años, quienes trabajan con un adulto líder del grupo con el propósito de ‘aconsejar’ a los administradores de la ciudad. Los niños son preferentemente seleccionados al azar en las escuelas, y el consejo se reúne en sitios fuera de la escuela y expresa el punto de vista de los niños en varias cuestiones concernientes a la vida de la ciudad, naturalmente comenzando por aquellos de mayor interés de los niños. Las opiniones, las protestas y las propuestas que surgen son comunicadas al alcalde y al consejo del municipio.

Participación en la planificación
Esta actividad incluye un grupo de niños quienes, junto con los técnicos de la cuidad (arquitectos, planificadores de cuidad, encargados del medio ambiente, etc., dependiendo de la tarea) toman acción concerniente al medio ambiente, un espacio o un servicio para el cual la reconstrucción está planeada. Lo que se quiere lograr es descubrir las necesidades de los chicos, interpretar las necesidades de la comunidad junto a los chicos, descubrir sus ideas y finalmente desarrollar un proyecto que tiene como beneficio la creatividad de los niños, pero que al mismo tiempo sea real para un adulto (Hart, 1997). En general el proyecto surge de un pedido especial dirigido a los chicos por los administradores y los mismos son los encargados de tomar en cuenta la propuesta que emerge.

¿Por qué necesitamos la participación de los niños?
Participación, educación y sentido de pertenencia

Uno de los problemas más serios que nuestra sociedad hoy tiene que enfrentar son las difíciles relaciones entre la generación de los adultos, quienes tienen el poder de tomar las decisiones y el poder económico, y las generaciones que se encuentran en ambos extremos, los niños y los mayores. Los niños, aun no están reflejados en la sociedad adulta; no sienten que son parte de la sociedad. A menudo sienten necesidad de refugiarse en actitudes de escapatoria, que varían desde la pérdida de interés hasta el consumo de drogas, agresividad, la cual puede variar desde vandalismo hasta un crimen serio. Estos comportamientos parecen ser la forma en la cual estos se relacionan con la generación de sus padres y las autoridades. Son formas de declarar que no forman parte de los ciudadanos. Si no es posible cambiar esta relación, es difícil imaginarse un mejor futuro desde cualquier punto de vista, ya sea social o el medio ambiente. Cada propuesta hecha por los adultos para poder cambiar sus actitudes y el medio ambiente, son descartadas por  un quiebre de las relaciones, entre las generaciones.

La estrategia a situar, consiste en abandonar actitudes paternales o de educación convencional, en las cuales los chicos y los jóvenes se muestran como parte de la función de lo que serán el día de mañana y no de lo que hoy se les pide, y es una forma de llamar a los menores para que acepten un rol de responsabilidad y participación activa. En los experimentos de  Participación y Planificación  los chicos sienten que han aportado confianza y verdadera responsabilidad. Los adultos están dispuestos a escucharlos, aceptar sus necesidades, tomar sus ideas como valiosas y ponerlas en práctica. La plaza, el itinerario escolar, y el medio ambiente que emerge desde esta colaboración original, será su plaza, su itinerario escolar y su medio ambiente. Los niños se sentirán orgullosos de si mismo, harán un esfuerzo para implementar sus ideas, mantenerlas y defenderlas. Los niños hoy ya se sentirán ciudadanos, y se prepararán para cambiar y cuidar su ciudad. A pesar de que es difícil encontrar una justificación para estos pedidos, aun se indica que las acciones que surgen de estas formas de colaboración entre los adultos y los niños tienden a proteger y conservar por más tiempo que aquellos ofrecidos por los administradores en las formas convencionales. También se ha demostrado que a través de la participación en los experimentos, los chicos han logrado construir actitudes de responsabilidad y pertenencia que son completamente opuestas a aquellas en las cuales los niños sienten que están excluidos de la sociedad y sienten falta de interés. Creemos que esto debería ser considerado como un resultado importante, una condición fundamental para el desarrollo de la cuidad. Debe ser mencionado que este experimento incluye una cantidad pequeña de chicos y que no es tan sencillo generalizar a todas las categorías de niños. Es necesario tener personas encargadas del medio ambiente disponibles para planificar, técnicos que estén dispuestos y capacitados, y además contar fondos suficientes para llevar a cabo los proyectos. Esta observación puede encontrar dos argumentos, por un lado debe considerarse que un experimento llevado a cabo por un grupo de niños de diferentes clases de escuelas que tengan un respaldo de las familias como así también el apoyo de sus amigos de las otras clases y sus respectivas familias. Este tipo de experimento ha probado producir un nivel muy alto de interés y preocupación activa en la población adulta. Los chicos deberían ser considerados agentes y promotores privilegiados de la participación en todas las categorías sociales.  Por otro lado, si las administraciones locales logran  ver y atribuir los efectos positivos de estos experimentos a este trabajo, especialmente en la construcción de actitudes positivas y responsables en las generaciones de los jóvenes, sin duda nos brindaran recursos substanciales a los mismos. Probablemente pasaran de ver una actitud experimental virtual de interés y curiosidad, para verlo como una generalización de las estrategias en las cuales se incluirá toda la planificación que una ciudad tendría que llevar a cabo.

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