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Edición
44

Las infancias infectadas en tiempos de pandemia

Buenos Aires
Resistir el encierro, conectar con los nietos, continuar la escuela y los tratamientos. Papás, abuelos, maestros y terapeutas comparten las dificultades y opciones de la nueva realidad.

El primer deseo social de un niño es jugar con otro chico. El coronavirus impide y cuestiona esta esencial experiencia infantil se sufre la nefasta consecuencia de estar encerrado, fuera del afuera. La pandemia detiene el tiempo, lo infecta, cierra el espacio, abarca toda significancia que no sea el mismo virus y sus vicisitudes más o menos mortales. En estas circunstancias procuramos producir en acto un pensamiento y una escena contraria a la ética del capital, proponemos donar tiempo, o sea, perderlo para canalizar el aislamiento y dar lugar al entredós, al entretiempo del devenir de lo diferente.

Se trataría de generar un hacer, un pensamiento en acto, una experiencia que al realizarla permita salir de sí, romper el aislamiento y volver del exterior para recrearlo. Al retornar el tiempo y el espacio podrán ser otros, en el entre se juega el don relacional y afectivo del deseo que confirma la comunidad del “nos – otros”.

Nos impresiona la potencia de un virus cuya corona enmarca la afección de la comunidad. Expuestos, afectables, contagiables, enuncia la vulnerabilidad y el riesgo concomitante. Los niños en el encierro miran a los adultos que a su vez, muchas veces desconcertados, esperan el reflejo de la próxima salida posible; y experimentan un sentimiento de fragilidad en relación con los otros que lo alojan y aman.

Todos estamos contagiados, contaminados, encerrados en una cuarentena que atrae y succiona todos los significados. Frente a ello se trata de crear un hacer, una praxis – que no es la producción de un producto determinado-, que atraviese lo cristalizado, que lo desborde tras recrearlo, y al hacerlo, pueda poner en juego la capacidad y la vibración del propio acontecimiento. Los niños juegan, no tienen en sí una finalidad o una utilidad práctica. Lo hacen por el placer de una ficción imposible pero real. La plasticidad simbólica de jugar es un pensamiento en acto, a través de la imaginación encarnan y despleigan la imagen corporal, el tiempo pasa y por el circulan las relaciones afectivas que enlazan una cosa con otra. El desafío es claro, en estas circunstancias, ¿podemos seguir jugando con ellos?

La comunidad está infectada, frente a ello nuestra tarea es crear un acontecimiento, trabajar en la construcción de un sentido aún todavía sin cerrar, sin que quede totalmente establecido. Aprendemos de los niños, cuando ellos se lanzan a jugar, a investigar, a inventar, en esa escena juegan la curiosidad o el asombro, crean el movimiento en potencia de un sentido nuevo, singular, sin saber a ciencia cierta qué va a pasar, cuál será la trama o con qué se encontrarán, inventan aquello que no saben que van a inventar. En el mismo sentido podemos entender que los aplausos espontáneos a los trabajadores de la salud plasman la invención comunitaria en un gesto solidario.

Nunca es un mero estímulo o solamente una adecuada ejercitación, sino la apasionante búsqueda, la aventura del encuentro con lo impensado y la sorpresa por el nacimiento de algo nuevo que imprime la relación afectiva con el otro a partir del acto de aprehender lo que ni el docente, ni el niño, ni el grupo, todavía saben.

Las instituciones escolares durante la cuarentena han establecido con mucho esfuerzo diferentes dispositivos tecnológicos posibles para sostener todos los contenidos, objetivos propuestos para cada nivel y etapa cognoscitiva. Han adecuado el conocimiento para que esté disponible en las redes y puedan sostener las clases virtualmente. Las experiencias educativas, los aprendizajes quedan centralizadas a través de las pantallas.

Frente a este desafío planteamos otro, tan complejo y significativo como el anterior: el de sustentar, sostener lo grupal en tanto núcleo relacional y afectivo. La función de la comunidad educativa, por ejemplo,en épocas de pandemia es esencial para mantener los lazos sociales y comunitarios con amigos y compañeros de estudio y aprendizaje.

¿Cómo transmitir por la vía virtual el amor, el afecto a la escuela, el aprehender con otros?

¿Qué implicancias tiene la experiencia educativa, en la relación con los demás niños que comparten la misma aula y en este momento no pueden hacerlo?

¿De qué modo construir un pensamiento sensible, lúdico, libre en el encierro?

Ante esta situación proponemos partir del deseo del docente, que cada uno lleva dentro suyo, y recuperar el placer por aprender y enseñar, lo que promueve el ferviente deseo de saber. Conocer y aprehender a través de una experiencia sostenida en la pasión por el desconocimiento que impulsa a explorar.

Esta pasión no es un bien de cambio, se dona a otros que potencian el propio deseo de aprender juntos. Nunca es un mero estímulo o solamente una adecuada ejercitación, sino la apasionante búsqueda, la aventura del encuentro con lo impensado y la sorpresa por el nacimiento de algo nuevo que imprime la relación afectiva con el otro, a partir del acto de aprehender lo que ni el docente, ni el niño, ni el grupo, todavía saben.

Justamente esta posibilidad es la que es necesario encontrar en el más allá y más acá de cualquier encuentro o contenido a desarrollar. En este sentido, frente a la acuciante demanda de la situación actual planteamos diferentes opciones para los padres, la famlia que ya no está cerca, los docentes y los terapeutas, con la idea de crear y reinventar los lazos afectivos del acontecimiento.

Creamos escenas e ideas que implican el deseo cómplice de los más pequeños, por ejemplo, a través de videítos, abrir la casa  e invitarlos a compartir los juguetes, la habitación donde juegan, piensan, dibujan, crean y sueñan. Despertar la imaginación en función de los demás, que a su vez también comparten su propio espacio para crear un lugar, un tiempo intermedio que no es la escuela, ni la casa, sino una zona, un territorio de subjetividad, de aprendizaje subjetivo que potencia a su vez otras vivencias e ideas posibles. Entre todos conformar cuentos, collages, narraciones y dibujos de sucesos, crear experiencias nuevas, experimentos, cocinar, juegos, letras, por el placer íntimo, cómplice con los otros que, como él, no pueden salir de casa.

La video llamada nos permite compartir lo cotidiano, abrirlo al otro. Los chicos nos muestran los juguetes, la habitación donde duermen, los muebles, las ventanas, los rincones de la casa. La apertura propone una nueva escena, conjuga la distancia y compone el entretiempo que sostiene la continuidad del entredós relacional, transferencial.

Es central recrear esta zona de subjetividad donde el encuentro a través de una experiencia compartida con el otro suceda y produzca un territorio, un acontecer comunitario, que en vez de encerrarse del afuera pueda plegar la vitalidad de desear y habitar ese espacio abierto, subjetivo y potente en el cual alojar la hospitalidad esencial del aprendizaje.

La comunidad es una relación, no un ente autónomo, cobra existencia en tanto sustenta los espejos que nos identifican, conforma la sensibilidad de sentir que uno es parte de otra escena, que sin embargo, es propia. Lo propio de la comunidad no está en relación a la ganancia, sino a la pérdida, a la fuerza de lo que se deja como don de amor para otros, no tiene sustancia, materialidad real, sino simbólica, ella nos representa dentro de una genealogía. Será tal vez por esa causa que en la primera infancia los más chicos siempre juegan a ser otros pero de algún modo, sensibles a él, lo representan y les permite salir de sí y ponerse en otro lugar.

La video llamada nos permite compartir lo cotidiano, abrirlo al otro produce una apertura posible. Los chicos nos muestran los juguetes, la habitación donde duermen, los muebles, las ventanas, los rincones de la casa. La apertura propone una nueva escena, conjuga la distancia y compone el entretiempo que sostiene la continuidad del entredós relacional, transferencial.

Al compartir un instante, un momento entramos y salimos de la casa, armamos un puente con el afuera, abrimos lo cotidiano. Cuando jugamos con los niños les damos tiempo, lo donamos para que al irnos de la escena de juego el tiempo les pese menos y puedan fugarse en la próxima jugada para evitar la fijeza amenazante y punzante del virus, del bloqueo de lo siempre igual que puede ser el encierro. De este modo, se posibilita el movimiento del devenir al articular lo actual con el pasado en una imagen que anticipa el posible futuro aún desconocido. Ayer una niña en la video llamada mira y dice contenta: “Vamos, vamos a dibujar el coronavirus. Juguemos a que vos tenés que dibujar uno y yo otro, tenemos que adivinar como es, vamos a jugar”.

Estoy sentado frente al celular, en la mesa, coloco los juguetes que traje del consultorio, títeres, autitos, muñequitos, animales de granja, y osos, monos, cebras, leones en miniatura. Unos dinosaurios, unas máscaras, marcadores, hojas, plastilina, pequeños insectos – arañas, hormigas, moscas, cucarachas-, pelotas, telas, aros, hilos, plasticolas y sogas. Como si fuera un prestidigitador o titiritero artesanal, antes de comenzar la función, tomo distancia y miro todos los objetos disponibles. El escenario hay que montarlo en relación con una escena que todavía desconozco cuál será. Es el desconocimiento el que causa el deseo de querer jugar, una escena sin saber a ciencia cierta cuál será y mucho menos como se irá a desarrollar. Muchas veces no sé qué juguete elegir ni cual será la situación a desplegar, procuro dejarme llevar por la intuición del instante, o sea, doy tiempo para que surja el no saber. Intuir sensiblemente el gesto, el detalle de aquello que le pasa al otro, en base a la relación que tenemos, a la experiencia que construimos juntos, en un territorio que nunca está delimitado por cuatro paredes o por un espacio encerrado, aislado en sí mismo.

¿Es posible sostener un encuentro con los niños a través de una video llamada por celular? ¿Cuándo sabemos que tenemos que hacer? ¿Cómo comienza la intuición?

Como si fuera un prestidigitador o titiritero artesanal, antes de comenzar la función, tomo distancia y miro todos los objetos disponibles. El escenario hay que montarlo en relación con la escena que todavía desconozco cuál será. Es el desconocimiento el que causa el deseo de querer jugar, una escena sin saber a ciencia cierta cuál será y mucho menos como se irá a desarrollar.

Pedro, de diez años, quiere que llegue el encuentro virtual para mostrarme el experimento que preparamos en la última video llamada. En ella, en un recipiente amplio mezclamos componentes “mágicos”. En la complicidad del entredós, puso un champú del papá, jugo de naranja, sal, un poco de pimienta, aceite, y un juguete, un pequeño elefante para colocarlo en el freezer y ver qué pasaba en el próximo encuentro. Cuando aparece su imagen expectante en el celular está con el experimento en la mesa, un destornillador, un martillo y una vela para encenderla y descongelar el experimento. Exclama: “Hola, tenemos que ver que pasó, hay que sacarlo de acá y descubrir cómo está el elefante. Mirá, mirá está todo azul, es una formula nueva, tenemos que hacer otro experimento, veamos cómo quedó y después preparamos otro más difícil, dale hagámoslo”. El espacio subjetivo, el entretiempo conforma un entretejido que nos permite sostener la relación y crear nuevas experiencias, donde Pedro puede poner en juego la imagen corporal y hacer uso de ella.

Nadia, de seis años, me muestra unos dibujos de monstruos que tiene en un rincón especial de su habitación, hay unos que le dan mucho miedo, me los pasa uno a uno y le respondo con un  gesto de temor y horror frente a cada figura: “qué miedo”, exclamo. Después de un tiempo me pide que cierre los ojos, quiere mostrarme un secreto, una sorpresa. Frente a la pantalla me tapo los ojos con las manos, se escucha el movimiento de ella y en un momento dice entusiasmada: “abrilos, mirá, esta es la llave de mi diario íntimo, te lo quiero mostrar”. Me sorprende esa sorpresa que Nadia anunció, encuentro un instante de intimidad indescriptible cuando poco a poco abre el diario y con extremo cuidado me muestra sus dibujos secretos. El espesor de ese gesto no tiene sustancia, enmarca un tiempo compartido donde Nadia transforma sus miedos en la narración de la complicidad del secreto compartido.

Unos padres juegan con su hijo a garabatear una hoja, “pierden” el tiempo, hayan el sinsentido al relacionarse con la experiencia inédita que hacen, juegan el oculto secreto de lo inesperado, sienten el placer del deseo compartido, en grupo imprimen un trazo y crean espejos sensibles, piensan en acto. El pequeño, sin dejar de reflejarse en ellos grita alegremente, “Dibujamos un súper virus” y corre con él a asustar a todo el mundo.

Martín tiene cinco años, el abuelo se comunica por video llamada, cuando lo ve salta de alegría y exclama: “Abu, abu hice una pista con el auto amarillo, vos tenés el rojo”, – con la otra mano toma ese auto, “este es el tuyo y este es el mío”. El abuelo responde: “me encanta el color rojo de mi auto, juguemos”. Van por la pista y cuando llegan a una curva el abuelo le dice: “Uy, ¿y si hacemos un puente ahí para que pasen por arriba?”. El pequeño lo mira, cambia la postura y le pregunta: “¿Pero cómo?”. Con la mirada pícara el abuelo le responde: “Ponéle dos libros abajo y tenemos el puente, dale”. Él entusiasmado corre por la habitación, agarra unos libros y los pone como le dijo el abuelo. “¡Ya está!”, grita alegremente, y vuelve a agarrar los autos, el amarillo y el rojo, pasan por el puente y finalmente llegan a la meta. Al mismo tiempo los dos gritan: “¡Ganamos! ¡Ganamos!”. Martín se para y mirando la cámara le grita: “Demos otra vuelta”, y el abuelo responde “Vamos, vamos”.

Finalmente somos contemporáneos del niño que fuimos. Mantener viva la experiencia infantil es la fuerza afectiva para resistir la amenaza mortal del coronavirus y rescatar la vitalidad compartida de la comunidad del nos-otros.

7 Comentarios

  1. Hermoso ! Gracias por compartir tus experiencias ya que a partir de ellas se puede reflexionar sobre la función de uno frente a esta realidad que se está viviendo.

  2. Esteban, gracias por lo transmitido. Tus textos y conferencias han Sido fundamentales en este tiempo, tanto en poder pensar mi trabajo en lo privado como en mi función como coordinadora de la Red de Juegotecas de Moreno, en la cual nos encontramos creando un dispositivo virtual para poder sostener este » entre», cómo decís vos. Te seguiremos leyendo y gracias nuevamente

  3. Sigo mirando y admirando, descubriendo y auto descubriendo, envolviendo me y desemviendome en mi subjetividad y la subjetividad del otro…

  4. Hola Esteban, que bueno leerte!! en tiempos de pandemia y cuarentena, encontrarte es encontrar nuevos modos de habilitar nuestra práctica.. seguiremos armando escenas en transferencia. Gracias!!! Abrazo. Claudia De Vito

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