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Edición
20

La construcción del sujeto ético

Buenos Aires
En tiempos en que en la sociedad contemporánea prima el ideal del sujeto disciplinado, se renueva la apuesta al sujeto ético. La construcción del sujeto ético, libro póstumo de la psicoanalista argentina Silvia Bleichmar, instrumenta los recursos que ofrece el psicoanálisis para reflexionar sobre los problemas de la cultura actual.

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La construcción del sujeto ético, seminario dictado por Silvia Bleichmar en 2006, plantea desde su inicio la cuestión del estatuto del discurso psicoanalítico y su incidencia en la cultura en su sentido más amplio.

Como anticipo, ella alguna vez dijo que “si el psicoanálisis de niños lleva más de un siglo abordando los efectos de la represión en la constitución subjetiva, e incluso señalando las incidencias de la sexualidad del adulto en la conformación del psiquismo infantil, es ya hora de explorar de manera cuidadosa los modos con los cuales el sujeto ético se constituye también en ese entramado que determina la cultura.

El acento que Bleichmar quiere y consigue imprimir a su seminario es la contraposición del sujeto ético al sujeto disciplinado, ideal de las nuevas sociedades de consumo. El tema de la voracidad, articulado con la envidia y los celos, da cuenta de la mirada lúcida de una intelectual que interroga el estado de situación. Ella afirma, entonces, que el sujeto disciplinado no es el sujeto ético, y que no es cuestión de discutir sobre los límites, sino sobre las legalidades que lo constituyen y plantea que el proceso de humanización es un movimiento de desadaptación de lo biológico originario, proceso en el cual se irán constituyendo a posteriori las posibilidades de que el ser humano que allí se va plasmando tome a su cargo su propia autoconservación por medios que ya no son naturales sino efecto de los modos con los cuales su época le brinda las posibilidades de articularlo.

En este marco, concede también especial consideración a la ética del analista, que en su concepción no se reduce solo al ejercicio de la técnica y la observancia de la abstinencia, sino que se extiende a la posición del analista frente al sujeto que sufre.(1)

Seminario de Silvia Bleichmar, 10 de abril de 2006 (2)

Es ya hora de explorar de manera cuidadosa los modos con los cuales el sujeto ético se constituye también en ese entramado que determina la cultura.

El sujeto disciplinado no es el sujeto ético. Más aún, hoy, en el debate que se abre respecto del tema de los límites, en una asesoría que me pidió el Ministerio de Educación para el Observatorio de Violencia Escolar, yo dije que no hay que seguir discutiendo sobre los límites sino sobre las legalidades que constituyen al sujeto. El problema no está en el límite. El problema está en la legalidad que lo estructura, la legalidad que lo pauta. Y nosotros tenemos herramientas para volver a pensar, hoy, cómo se constituye un sujeto, que, inscripto en legalidades, al mismo tiempo, sea capaz de constituir la ética más allá de estas legalidades.

El primer punto de nuestro programa es la función del otro y su desdoblamiento. Cuando hablo de desdoblamiento, por supuesto, los que ya conocen mi manera de desarrollar los temas saben que no hablo de doble moral sino que estoy hablando de la doble función que ocupa el otro. Cuando digo el otro, no pienso en el sujeto trascendental ni en el otro grande, con mayúscula, ni en el otro de la proyección como sería en la teoría kleineana, sino que pienso en el otro como constitutivo, más allá de los modos con los cuales esto se ejerce en el interior de las llamadas estructuras edípicas. Una de las cuestiones que yo planteé el año pasado y que retomo, es que lo que se sostiene de la idea de Edipo es fundamentalmente la asimetría entre el adulto y el niño, la diferencia de poder y de saber del adulto sobre el niño, fundamentalmente, en lo que hace a la sexualidad.

No hay que seguir discutiendo sobre los límites sino sobre las legalidades que constituyen al sujeto. El problema no está en el límite. El problema está en la legalidad que lo estructura, la legalidad que lo pauta.

 

Y que el concepto de Edipo debe ser repensado en términos del modo en que cada cultura pauta el acotamiento de la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto. En ese sentido, la problemática ética, entonces, no pasa por la estrangulación ni por las relaciones de alianza; pasa por el modo con el que el adulto se emplaza frente al niño en su doble función, de inscribir la sexualidad y, al mismo tiempo, pautar los límites de su propia apropiación, no de la acción del niño sino de su apropiación sobre el cuerpo del niño. Desdoblamiento, entonces, que tiene que ver con que es imposible que surja la sexualidad infantil si no hay inscripción libidinal en el cuerpo. Vale decir, la palabra es secundaria. La palabra en tanto palabra significante, es secundaria. En primera instancia, la palabra es solamente sonido, es solamente sensorialidad que ingresa. La palabra es secundaria a las primeras inscripciones que, aunque operen del lado del adulto atravesadas por el lenguaje, se inscriben más allá de los modos con los que el discurso del adulto mismo puede representárselas, porque aluden a aspectos de la sexualidad inconciente que se exceden, en sus modos de realización, de las funciones primarias que hacen a la conservación del niño. En ese sentido, entonces, cuando aludo a función del otro, planteo, de alguna manera, algo que la mayoría de ustedes conoce, pero que tengo que reubicar, ahora, en este primer encuentro, que es que la primera función del otro es una función de inscripción sexual desde el punto de vista del propio clivaje psíquico que, bajo la idea de que lo que está produciendo es un cuidado autoconservativo de la vida del otro, está introduciendo acciones propiciadoras de la inscripción de la sexualidad.

 

…precisamente la presencia de la ética, en el sentido en que lo vamos a trabajar todo este año, en el sentido de Levinas, como reconocimiento de la presencia del semejante. 

Y al mismo tiempo, que es precisamente la presencia de la ética, en el sentido en que lo vamos a trabajar todo este año, en el sentido de Levinas, como reconocimiento de la presencia del semejante. En ese sentido, entonces, de la ruptura que el semejante inscribe en mi solipsismo y en mi egoísmo, el cuerpo del niño es acotado como lugar de goce para el adulto en la medida en que el adulto siente hacia el niño el amor en los términos de la ética, vale decir, el amor sublimatorio capaz de tener en cuenta al otro, al otro como subjetividad. Esto, como primera cuestión.

La cuestión de la ética empieza con la manera con la cual el adulto va a poner coto a su propio goce en relación al cuerpo del niño, y va a inscribir, de este modo, en los cuidados que realiza, algo del orden de una circulación ligada que, siendo libidinal, sin embargo, no es puramente erógena sino que, además, es organizadora. Esta forma de operar del adulto con el niño va a ser la base de todos los motivos morales, como diría Freud. Ustedes recuerdan que, en “El Proyecto”, Freud dice una cosa muy conmovedora. Dice que cuando se produce la tensión de la necesidad, viene el adulto e irrumpe con sus cuidados y que, en esta irrupción, está la fuente de todos los motivos morales.

La cuestión de la ética empieza con la manera con la cual el adulto va a poner coto a su propio goce en relación al cuerpo del niño, y va a inscribir, de este modo, en los cuidados que realiza…

Es extraordinaria la expresión freudiana de motivos morales, porque lo que plantea precisamente es cómo aquello que es del orden del desbordamiento de hervidero, como diría Laplanche, el hecho de que le niño llore porque tiene malestar, porque siente displacer, se convierte en mensaje a partir de que hay otro humano capaz de recibirlo y de transformarlo en mensaje, vale decir, en algo frente a lo cual hay que responder. Esto es muy interesante frente a las formas nuevas de la pedagogía negra. Ustedes saben que, en Estados Unidos, hay toda una corriente que plantea no responder al llamado del niño como una forma de educación, de no operar dependencia, evitar la esclavización que el adulto tiene con el niño. Es extraordinario esto. La ausencia de repuesta es una forma como de no constitución del mensaje interhumano. Hace unos años veíamos un video (ya lo he comentado) con Jaime Tallis. Era un video de un bebé que lloraba y la madre no le respondía. Durante un rato, el bebé lloraba más intensamente y, después de un rato, dejaba de llorar y se abstraía. Y esto es muy interesante porque marca, precisamente, que no se constituye el mensaje sin el receptor. Este tema del mensaje con receptor está vinculado a un tema que hemos trabajado…Decía lo del mensaje porque otros años hemos visto cómo el mensaje no puede constituirse si no hay un destinatario. El mensaje puede no tener emisor. ¿Qué quiero decir con esto? Si llueve y yo entiendo que es una bendición de Dios, no necesariamente Dios me mandó el mensaje.

…el mensaje no se constituye si no hay alguien que lo reciba, alguien que lo decodifique.

Pero no puedo no tener materialidad sobre la cual se envía o se recibe, ni puedo no tener receptor del mensaje, vale decir, aquel que va a hacer la interpretación, aquel que, en términos de Peirce, sería interpretante y, en términos de la subjetividad, uno podría decir que es el intérprete, porque lo hace no sobre ninguna regla, sino sobre la base de su propio deseo, de su propia angustia. De manera que el mensaje no se constituye si no hay alguien que lo reciba, alguien que lo decodifique. En el caso del bebé, ocurre lo mismo. Si no hay un adulto que codifique el llanto… Y, cuando digo “codifique”, quiero decir que diga: “tiene hambre”, “tiene frío”. La otra vez una señora me decía algo divino. Me decía: “Yo lo tuve en el cuarto hasta el año y medio, porque me daba miedo que tuviera frío, pobrecito, de noche”. Es maravilloso. Es como el personaje de Freud que le decía a la tía: “Tía, háblame, que cuando hablas está menos oscuro”. Acá, están en el mismo cuarto por lo que tiene que tener menos frío, como si la proximidad de los cuerpos resolviera el tema. Es hermosa la fantasía de la madre. No lo tuvo hasta los 20 años porque en esa época había colimba.

De todas maneras me parece que lo interesante de esto es la codificación, no sólo la decodificación, la codificación, en términos de transcripción al lenguaje de las necesidades biológicas. Vale decir, el bebé no tiene hambre; tiene una disminución de una serie de elementos que producen displacer y malestar. Uno habla de hambre ahí. Por supuesto, puede tener frío, pero vuelvo a lo mismo: son sensaciones que no tienen esta codificación y que pueden ser codificadas de manera bizarra, como le decía la madre a uno de mis primeros pacientes psicóticos cada vez que bostezaba: “Julito, ¿tenés hambre?”. Interpretación que era tan bizarra como la que podía decir yo: “No, está angustiado”. Se supone que uno bosteza cuando tiene sueño, no cuando está angustiado o cuando tiene hambre.

“Éste es de mi especie”. Es lo que se quiebra cuando se rompe el pacto interhumano…

Pero mi interpretación era tan abstrusa como la de ella. La diferencia era que estaba basada en una teoría y la de ella era libre. Volviendo entonces a la función del otro, ¿qué es lo que genera esta codificación del mensaje? La primera forma del intercambio y la primera forma, si ustedes quieren, sublimatoria del intercambio. Porque, en realidad, cuando el bebe llora, si el adulto está muy desorganizado o atravesado por angustias muy intensas, puede darle aquello que no corresponde o puede darle algo que lo perturbe gravemente. Por ejemplo, ustedes saben que mucha madres borderline o, en algunos casos, con situaciones desbordantes, les dan de comer permanentemente, cada vez que lloran, con lo cual activan circuitos que son circuitos que producen malestar en la pancita, con lo cual, el bebé llora cada más seguido. Y son irreductibles a la regulación que proponen los pediatras. En algunos casos, son irreductibles porque les falla el proceso secundario, con lo cual, la temporalidad es distinta que si esa temporalidad estuviera regulada por el proceso secundario. No tienen mucha idea de cuánto tiempo pasó entre una mamada y otra o entre un biberón y otro.

…el objeto del mundo no es ni un puro constructo del significante ni tampoco es la presencia de una realidad factual, sino la articulación discursiva que posibilita los modos de organización de la cosa del mundo…

En un caso de una madre psicótica, de quien nosotros en el Hospital tuvimos al niño, le daba de mamar, a veces, con una mamadera con leche prácticamente hirviendo. El bebe gritaba y lloraba. Y ella se desesperaba porque el bebé no comía y ella no podía tener noción del calor. La temperatura del biberón era la misma con la que ella podía tomar el café. No podía medir esta diferencia entre ella y el niño. Ella  pensaba que estaba con la temperatura adecuada porque la medía desde su propio lugar, desde donde ella comía. Y, acá, se estaba planteando esta primera cuestión que era la imposibilidad de ver al otro como un otro con necesidades diferentes a las que uno tiene. Esto es muy interesante cuando uno piensa el tema del narcisismo, porque estamos habituados a pensar que el narcisismo simplemente es peculiaridad o prolongación de uno mismo, cuando el narcisismo es narcisismo de objeto en el caso de la madre o del adulto. Llamémoslo así. Yo cada vez tengo más dificultad para llamar “madre” al adulto que tiene a cargo al bebé, aunque estadísticamente siga siendo mayoría. Pero para hablar fundamentalmente del adulto y de esta asimetría, el adulto lo que inscribe ahí, lo que realiza es, por un lado, un reconocimiento especular en términos ontológicos. “Éste es de mi especie”. Es lo que se quiebra cuando se rompe el pacto interhumano, como pasó estos días en Palermo Chico. (3) “Éste no es de mi especie”. El tema está en el reconocimiento ontológico de la especie: ¿hasta dónde llegan los límites de la categoría de semejante? La categoría de semejante no abarca a toda la humanidad. En general, abarca a los hijos. Digo “en general” porque, en los casos de algunas psicosis de niños, hemos visto que no lo abarca. Los padres ni siquiera dicen que es una persona. El niño está tratado como un animalito en muchos casos o como un ser biológico, con lo cual, falla la categoría de semejante. Falta la proyección sobre el bebé, no solamente en su potencialidad de lo que debe llegar a ser, sino de lo que es. Porque, en realidad, la atribución que se hace no es a futuro sino en presente. Éste es uno de los temas más interesantes. Cuando se atribuyen categorías, nosotros estamos acostumbrados a pensar en términos de superyó. Entonces, pensamos que la atribución de categorías es siempre del orden de lo que se espera que sea. La atribución ya empieza en el embarazo con el encubrimiento del carácter de masa biológica que tiene el bebé, con la representación que la madre se hace de la cría. Muchas veces lo hemos hablado. La madre no se representa al bebé en la panza como un pedazo de carne sanguinolenta sino como un bebé con cofia, escarpines, ositos y todas las cosas que sabemos. Y esto es irreductible a la ecografía. Hemos comentado, y se lo cuento a los que no estaban, que, cuando empezaron las ecografías, yo pensaba que iban a desbaratar el imaginario. Y, en realidad, la gente se pone a ver las imágenes en la televisión como si vieran ya las imágenes del bebé. Y hace observaciones sobre si es activo o no es activo, si es pudoroso: “Mirá cómo se tapa el pito; mirá cómo se da vuelta; no quiere que lo vean”. Dicen cosas extraordinarias del feto. “Uy, éste te va a volver loca; mirá cómo mueve las piernitas”. Con lo cual, ya están atribuyendo. No es solamente una atribución a futuro, sino una enorme capacidad de la imaginación creativa, de la imaginación radical, en términos de Castoriadis, de producir algo en el lugar en que no está. Vale decir, de producir una proyección. Acá,  hay algo interesante, porque la proyección no tiene el contenido patológico ni defensivo que aparece clásicamente en psicoanálisis, sino que es constitutiva.

…el sujeto no queda capturado por una sexualidad desorganizante que el otro le inscribe, sino que empieza a constituirse en un entramado simbólico que le desatrapa tanto de la inmediatez biológica como de la compulsión a la que la pulsión lo condena…

La diferencia con la proyección patológica es que está dada por los enunciados de cultura. Vale decir que los enunciados de cultura organizan los órdenes de la proyección. Posibilitan constituir los campos, posibilitan articular la representación del imaginario. Esto es lo que se diferencia de la proyección patológica. Acá, la proyección no es algo que de adentro va hacia fuera, sino que es algo que, a partir de una metabolización del afuera, se proyecta sobre el objeto del mundo y tiene que ver con la forma con la que yo vengo trabajando hace tiempo, la idea de que el objeto del mundo no es ni un puro constructo del significante ni tampoco es la presencia de una realidad factual, sino la articulación discursiva que posibilita los modos de organización de la cosa del mundo.

De manera que podríamos decir que, en los primeros tiempos de la vida, esta mirada narcisizante del otro, que ve totalidades, es también lo que lo precipita ontológicamente, porque en el cuerpo como objeto de goce, lo que se ve son parcialidades y esto hay que tenerlo en cuenta porque esto hace después a los modos de derivación de la sexualidad adulta. La idea de que lo parcial tiene que ver con lo perverso sigue siendo válida, no en el empleo de otras zonas erógenas que no sean las genitales, sino en la manera de perseguir desubjetivizadamente el objeto de goce que, entonces, pierde sus rasgos de humano. Por eso Melanie Klein tenía razón cuando hablaba de pseudogenitalidad. Si la genitalidad era el encuentro con el objeto total, había modos en donde la reunión era parcial, con lo cual, lo que había, según Melanie Klein, era pseudogenitalidad. Nosotros no vamos a hablar de pseudogenitalidad sino de modos desubjetivantes con ejercicio perverso, aun en los casos en los cuales la relación pudiera ser heterosexual o incluso genital. Lo que la define es la subjetividad en juego, vale decir, la posibilidad de subjetivación del otro. Esto ocurre también en los principios de la vida. Esto tiene que ver con el desdoblamiento, que es la fuente de toda constitución posible, y el sujeto ético, porque en la medida en que se produce un reconocimiento ontológico y una diferenciación, al mismo tiempo, de necesidades y un reconocimiento de la diferencias, el sujeto no queda capturado por una sexualidad desorganizante que el otro le inscribe, sino que empieza a constituirse en un entramado simbólico que le desatrapa tanto de la inmediatez biológica como de la compulsión a la que la pulsión lo condena. El desdoblamiento, entonces, tiene que ver con dos aspectos. Por un lado, con el modo con el cual el adulto tiene clivados los aspectos reprimidos. Digamos, el adulto no sabe que obtiene un placer sexual, y aun todos nosotros que lo sabemos, o sabemos teóricamente, pero cuando estamos con un bebé, precisamente eso opera del lado de lo reprimido y lo único que permite es un pequeño pasaje de placer sublimatorio. Es lo mismo que pasa con el Edipo. Todos sabemos que tenemos Edipo pero a nadie se le ocurre estar pensando todo el tiempo en acostarse con el papá o con la mamá. Del mismo modo ocurre con la sexualidad del adulto con el niño. Yo muchas veces he dicho que esta sexualidad que el adulto inscribe tiene una característica: es la fuente de toda representación posible. Lo anobjetal no es patrimonio del psiquismo. Lo que se inscribe como residuo del objeto en el mundo es al mismo tiempo una neocreación, un auto engendramiento, como diría de algo que proviene de representaciones que han sido inscriptas a partir de su ingreso en sus primeras satisfacciones o vivencias y en las posteriores, con lo cual, estas inscripciones que toman la forma de lo que después se va a llamar alucinación primitiva en la era freudiana, en realidad, son formas de organización de los excesos del psiquismo cuando la autoconservación es atravesada por la sexualidad.

Que la madre sea suficientemente buena no significa que tiene mayor capacidad de holding, y no es porque pueda dar más, sino porque su mayor capacidad de holding está dada por el modo con el que su propio entretejido psíquico es capaz de regular las cantidades que hace ingresar al psiquismo del bebé…

Justamente, lo que obliga un trabajo psíquico es el exceso. Si la cantidad de leche es de 40 o de 60 gramos, cada vez que se ingresa en los 60 o 40 gramos, se  pueden evacuar las cantidades. Si lo que ingresa es del orden de lo no resoluble porque son restos de un objeto que nunca se ha reencontrado idéntico, porque no es el pecho sino todos los elementos que acompañaban a esta experiencia, yo prefiero llamarlo vivencia porque el sujeto no lo recoge como una experiencia en la vida sino como algo inscripto a lo que queda sometido. Estas inscripciones primeras son la base de toda simbolización. Por eso el autoerotismo nos marca siempre los inicios de la simbolización. Vale decir, en el momento en que hay algo que no se reduce a la autoconservación es porque hay una representación que está operando, alimentando, si ustedes quieren, la saturación de la huella mnémica en el proceso de reenvestimiento. Pero de ninguna manera, entonces, esto alcanza para fundar la simbolización. Es necesario que haya reconstrucciones, ordenamientos, y acá viene, precisamente, la capacidad del adulto, pero capacidad que no está dada por su mayor o menor capacidad en abstracto. Yo trato de darle cierta formulación a la historia del psicoanálisis desde una base metapsicológica. Que la madre sea suficientemente buena no significa que tiene mayor capacidad de holding, y no es porque pueda dar más, sino porque su mayor capacidad de holding está dada por el modo con el que su propio entretejido psíquico es capaz de regular las cantidades que hace ingresar al psiquismo del bebé. En los primeros tiempos, regulando estas excitaciones; a posteriori, regulando su propio discurso. Sabemos que el discurso intromisor posterior, con respecto al niño, es un efecto, no de una falta de holding, sino un exceso que la madre no puede controlar y que se desborda aun sobre el hijo. Con lo cual, en última instancia, uno lo podría llamar falta de amor pero esto es más normativo, les diría, que explicativo porque la culpa que produce a veces en las madres este tipo de exceso da cuenta de que no es por falta de amor que se producen. A lo sumo, fallan las cualidades ligadoras del amor, pero no la falta de amor en términos de ausencia existencial, sino falla de la capacidad ligadora. Yo he visto madres muy amorosas que se desbordan, que se sienten muy culpables, y lo que hay ahí es un momento en el que fracasan las capacidades de contención del yo temporariamente por razones que son absolutamente singulares. No necesariamente estoy hablando de madres-desborde. Estoy hablando de todas las madres comunes, neuróticas, que conocemos, donde el exceso es vivido después como algo muy angustioso. En las madres borderline es más grave porque este exceso, a veces, ni siquiera es registrado y entonces es muy difícil regularlo. Muchas veces ni ellas lo registran. O lo disocian, con lo cual, no son concientes de que han operado esas acciones.

En estas primeras sonrisas del bebé al adulto, están marcados ya los orígenes de un reconocimiento de la intersubjetividad, y este reconocimiento tiene que ser concebido como la base de toda posibilidad de constitución de un sujeto moral o ético…

Indudablemente, lo que estoy marcando, además, son los orígenes del amor en el niño. A partir de esta capacidad ligadora, se ejercen las primeras formas sublimatorias y hay que tener en cuenta que las formas primeras de amor del niño hacia el adulto son formas ya sublimatorias. ¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que puede postergar la ingesta de leche para sonreírle al adulto que le da de comer. Esa primera sonrisa, sonrisa de reconocimiento, es una sonrisa que ya está marcando la base de los sentimientos morales. No es que dice: “mamita, qué rico, te agradezco, qué buena que sos”. Pero la posibilidad de postergar la perentoriedad del deseo para poder establecer un rapport al otro es la base de toda relación amorosa y, por supuesto, de toda relación de reconocimiento. Tiene que ver con lo que se llama la oblación y tiene que ver, también, con las posibilidades de circulación de algo que no es puramente pragmático. Acá viene lo otro. Porque tanto la satisfacción de la necesidad en sí misma, como el goce encontrado en esta satisfacción desde el punto de vista pulsional del adulto o del niño, son del orden de una resolución de una tensión que no puede tener en cuenta algo del orden de la intersubjetivación. Pero la sublimación ya es intersubjetivadora en la medida en que produce un desplazamiento de la relación directa pulsional autoconservativa al plano moral, en el sentido del plano de los intercambios con otro ser humano. En estas primeras sonrisas del bebé al adulto, están marcados ya los orígenes de un reconocimiento de la intersubjetividad, y este reconocimiento tiene que ser concebido como la base de toda posibilidad de constitución de un sujeto moral o ético. Por supuesto que este sujeto puede quedar solamente agradecido a ese objeto y constituirse en un Robledo Puch que tiene muy en cuenta a la madre pero que su universo de lo humano termina ahí. Esto ocurre en algunas patologías narcisistas muy graves. El cine se ha ocupado muchísimo de eso. Incluso este tipo de narcisismo puede llevar al fracaso de la relación amorosa.

Notas:
(1) Extraído del prólogo de Eva Tabakian, La construcción del sujeto ético, Silvia Bleichmar, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2011.
(2) Extracto del capítulo del libro La construcción del sujeto ético, Silvia Bleichmar, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2011
(3) Un joven de 16 años murió el 11 de abril de 2006 en la zona de Palermo Chico, después de haber sido atacado por una patota integrada por al menos nueve adolescentes de entre 14 y 17 años, todos vecinos de la zona. Se trata de un barrio de edificios y casas lujosas, y donde los que viven allí deben recorrer unos pocos pasos para llegar hasta el Malba o al shopping Paseo Alcorta .Uno de los menores presos estaba sospechado de haber golpeado en forma salvaje al joven. El otro, de arrojarle una piedra. Otros siete chicos estaban involucrados en la causa en razón de que habrían participado de la pelea. Los nueve adolescentes provenían de familias de clase media alta.

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