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08

Hacia el Bicentenario Usos de la letra y mitos de la argentinidad

Buenos Aires
Ante la proximidad del Bicentenario de Argentina y otros países latinoamericanos, los intelectuales y creadores reflexionan sobre la identidad de sus naciones. Este artículo elige como camino para ahondar en el tema dos plumas que son clásicos en las letras argentinas, a través de sus obras más trascendentes: Sarmiento con Facundo, y Güiraldes con Don Segundo Sombra.

Partiendo de la intertextualidad como estrategia discursiva, el recorrido nos revela mitos que todavía aún hoy operan como matrices identitarias, promoviendo sentimientos y elaborando pensamientos que provocan a veces la unión, y otras veces, con igual fuerza y fervor, el rechazo del otro, del diferente, y la fragmentación. De lo que no queda duda, es de su vigencia.

…a principios del Siglo XX América será tanto un ensayo en política, para retomar una expresión de Arciniegas, como en el ejercicio literario de sus letrados. Habrá un esfuerzo de repensar/nos, en una búsqueda por el ser que hunde sus raíces en lo que de genuino pasa expresado, en algunos casos y en otros, sugerido en la palabra de nuestros escritores.

En la narrativa hispanoamericana de los Siglos XIX y XX la amalgama entre pensamiento, ensayo/novela/poesía y política se da de manera reiterada, siendo ésta, una peculiaridad de las letras de nuestros países. Por ello, y en proximidad al Bicentenario de Argentina, y de muchas otras naciones de América Latina, interrogar a aquéllas nos permite esclarecer rasgos y particularidades identitarias (si es que las mismas existen), para verificar su operatividad, su vigencia y evidenciar su funcionalidad política.

Así, a principios del siglo XX América será tanto un ensayo en política, para retomar una expresión de Arciniegas, como en el ejercicio literario de sus letrados. Habrá un esfuerzo de repensar/nos, en una búsqueda por el ser que hunde sus raíces en lo que de genuino pasa expresado, en algunos casos y en otros, sugerido en la palabra de nuestros escritores. Esta descripción comienza a convivir, a discutir intelectualmente con otra, la que se desprende del siglo XIX, y de las producciones literarias propias de la época de la constitución de las naciones.

Citas, evocaciones, menciones a diversos autores en su mayoría europeos, se constituyen en el «marco simbólico» habitual a partir del cuál los letrados del Diecinueve piensan sus respectivos ideales de nación. Y serán las categorías de Occidente las que aplicarán para llevar adelante un forzamiento doble: uno, el ya mencionado, el de la configuración de las naciones a partir de territorios dispersos y definidos por la no uniformidad de idiosincrasias de sus pobladores; de terrenos geográficos leídos estrictamente en términos de productividad, y utilitarismo. El otro aspecto de dicho forzamiento es el conformado por la delimitación del «pueblo», en un intento de universalización (maniobra propia del positivismo) de la diversidad americana (diversidad no definida ya solamente en relación con los pueblos aborígenes originarios, sino también a partir de las mezclas raciales con los colonizadores). El prototipo de esta corriente ideológica de pensamiento es en Argentina, Sarmiento, con su dicotomía «civilización- barbarie», dicotomía aún vigente.

La intertextualidad de valores y pensamiento europeos se infiltra en el texto, privilegiando estos elementos por encima de la huella de lo «americano» como testimonio, que a partir de la colonización, y luego con el surgimiento de los criollos como clase (hijos de colonizadores nacidos en tierras americanas) se intentará acallar, en beneficio de un progreso leído estrictamente en términos europeizantes, y más específicamente de la cultura francesa, en momentos en que el dominio español estaba en decadencia.

Y serán las categorías de Occidente las que aplicarán para llevar adelante un forzamiento doble: uno […] el de la configuración de las naciones a partir de territorios dispersos y definidos por la no uniformidad de idiosincrasias de sus pobladores; de terrenos geográficos leídos estrictamente en términos de productividad, y utilitarismo. El otro […] la delimitación del “pueblo”, en un intento de universalización […] de la diversidad americana.

Para acercarme a la problemática planteada voy a basarme en especial en dos obras, producciones de escritores argentinos: Facundo (1845) de D. F. Sarmiento y Don Segundo Sombra (1926) de Ricardo Güiraldes. Separadas estas producciones por algo más de 70 años, me permitirán dar cuenta de las distintas posiciones respecto de la búsqueda del ser que nos defina como nación.

La idea que me guiará es que en ambas lo que se pone en juego son saberes de diversa índole y que el sujeto que se produce como consecuencia es diferente en cada caso. La resultante será mitos de argentinidad que todavía hoy perduran y conviven en nuestra realidad.

En la América Latina en la que los letrados conformaron la historia a partir de los usos de la letra, ambos nos acercarán a la pregunta por la identidad con sentidos radicalmente diferentes y que, quizás por eso, produzcan operaciones simbólicas que valga la pena interrogar.

La intertextualidad europeizante: el saber del Otro como civilizador de la barbarie
«(…) el favor más grande que la Providencia depara a un pueblo, el gaucho argentino lo desdeña…» D. F. Sarmiento.

El intento de Sarmiento en Facundo es el de justificar su idea de que el pueblo argentino no es el adecuado para habitar la Argentina; que es un pueblo bárbaro, crecido y nutrido al amparo de la desolación de la pampa.

Para sostener su perspectiva, toma como paradigma del argentino a Facundo Quiroga, adentrándose en un relato entre real y mítico de la personalidad del caudillo, que sería una consecuencia directa del medio geográfico en el que nació (conformación «genética» reproducida y verificable según Sarmiento, en otros argentinos). La hipótesis es desplegada por Sarmiento en funcionalidad con su oposición a la gobernación de Rosas.

De lo dicho se deduce entonces que sería necesario que alguien no nacido en estas tierras, hacedoras de salvajes ávidos de sangre, viniera a hacerlas producir sus riquezas y a explotarlas en su justa medida.

Sarmiento, en este sentido, comienza todos los capítulos con algún epígrafe, en general, en idiomas que no son el español. Es de suponer que bastante poca gente leía en aquella época, y menos aún otra lengua. De modo que Head, Humboldt, Víctor Hugo, Alix, Roussel, Chateaubriand, Shakespeare, etc, son algunos de los pensadores y escritores que engalanan el texto de Sarmiento, en un guiño al lector al que presumiblemente iba dirigido su texto al momento de escribirlo: el lector culto, de la élite intelectual y política.

De este modo, la intertextualidad es una estrategia que apunta a un movimiento doble: a autorizarse desde la mirada del otro europeo y de la élite (Sarmiento era «criollo», es decir, hijo de español y de argentina) como voz que brinda «verdades» sobre una tierra inhóspita y misteriosa, y a legitimarse desde la mirada criolla para sostener y justificar el intervencionismo extranjero.

Dice Graciela Montaldo en Ficciones culturales y fábulas de identidad en América Latina que la perseverancia de Sarmiento estaba puesta en pensar «…el territorio en términos de proyecto futuro, de instauración del progreso y la racionalidad» [1]. Progreso y racionalidad que excedían en mucho las capacidades de un pueblo dado al ocio y a la barbarie (era su opinión), y que justificaban toda intervención de ideas, proyectos e incluso acción directa de hombres europeos en estas tierras (las múltiples invasiones inglesas por citar algún ejemplo).

Su operación discursiva, dice Montaldo, será la de reinterpretar el territorio, el lugar, para transformarlo en espacio, y para lograrlo cuenta, relata, historiza, interpreta ese territorio en términos del Otro europeo (básicamente a partir de la intertextualidad), otorgándole sentido. Los discursos hegemónicos en esa nueva práctica de otorgarle sentido a los lugares físicos serán la ley y la literatura. La primera normativizando e imponiendo límites (físicos, civiles, legales) y generando «propietarios», y la segunda «revelando» las verdades ocultas que manan de una naturaleza en estado salvaje e improductivo, justificando de este modo, la operación de la ley mencionada.

Sería ingenuo entonces no ver que más allá del ideal romántico del progreso económico y cultural buscado, hay subyacente una ambición de ejercer el dominio de las tierras colonizadas, con cierta orientación. Como lo plantea E. Said, citado por Montaldo: «En un nivel básico imperialismo significa pensar en ocupar, controlar la tierra que no se posee, que está lejos y en la que viven y de la que son propietarios otros». [2]

En términos de Sarmiento si un pueblo habita un territorio que no explota, cabe pensar que otros agentes «racionales» saquen sus frutos de dicho territorio.

De este modo, la intertextualidad es una estrategia que apunta a un movimiento doble: a autorizarse desde la mirada del otro europeo y de la élite (Sarmiento era «criollo», es decir, hijo de español y de argentina) como voz que brinda «verdades» sobre una tierra inhóspita y misteriosa, y a legitimarse desde la mirada criolla para sostener y justificar el intervencionismo extranjero.

Podríamos ponerlo en una ecuación:

LUGAR + SENTIDO (dado por la letra y Sus estrategias) = ESPACIO (nacional y con ideología racional)

Y también:

VOZ CRIOLLA + INTERTEXTUALIDAD (saber del Otro europeo) = AUTORIDAD Y LEGITIMACIÓN

El saber en juego es el saber del Otro europeo (informes científicos, impresiones de viajeros, informes militares, grabados y relatos) y el sujeto que surgiría sería el del racionalismo.

A pesar de lo dicho, hay en Facundo el despliegue de otro saber puesto en juego en el capítulo II, cuando se describe los caracteres argentinos: el rastreador, el baquiano, el gaucho malo y el cantor.

Hay allí testimonio de una voz y un saber que escapa a las ambiciones de dominio o para decirlo con mayor propiedad, un saber que inscribe un espacio topológico (es decir no geométrico ni lineal), un espacio de otro orden, discursivo, que queda por fuera del definido por la ley, las fronteras políticas y los ideales de nación, excluido del proyecto de progreso. Es a mi juicio donde tenemos acceso a las dotes de escritor de Sarmiento, y la parte de mayor contenido estético del texto. Sin embargo la balanza intelectual se inclinará por la perspectiva política del mismo.

Será a mi entender , y a pesar de lo que dice Montaldo, que algo de este saber rescatará la narrativa de América Latina, ya sea para preservar tradiciones, transmitir cultura o para generar mitos.

Montaldo lo expresa de la siguiente manera: «Queda fuera, sin duda, la oralidad de los paisanos que como oralidad y como palabra y voz del nativo es puro presente, pura enunciación. Es el saber que se ha admirado en Facundo pero que no tiene lugar en el nuevo mapa del mundo, en la occidentalización de América; es la huella que habrá que borrar, con el ejército y la conquista.»[3].

Será a mi entender , y a pesar de lo que dice Montaldo, que algo de este saber rescatará la narrativa de América Latina, ya sea para preservar tradiciones, transmitir cultura o para generar mitos.

Lo que quedó como resto de la operación de la conquista, el «criollismo», deberá forzosamente tomar los ideales de la cultura europea y del civilismo americano («americano» aquí dicho como sinónimo de Estados Unidos) para hacerse compatible con la idea de progreso. La imagen de argentinidad queda aquí, sumida en el silencio de las sombras, a la espera de una nueva conquista: la del desierto, que limpiará de elementos contaminantes esta tierra bendecida en riquezas, pero según Sarmiento, maldita en material humano.

El comienzo del Siglo XX trae cambios históricos que inciden directa e indirectamente en la narrativa latinoamericana.

Con una Europa bastante menos poderosa, y la influencia creciente de los Estados Unidos de América, los narradores tratarán por diversos medios (los comprometidos con lo que podríamos llamar el «americanismo») de afirmar lo americano y de afirmarse como americanos, a través de diversas estrategias.

Como ejemplo, habrá en la novela un intento de «americanización» de las letras que llamaré «lexical», porque toma como eje la introducción en las mismas del léxico propio de los países latinoamericanos. Como paradigma de lo señalado podemos mencionar a La Vorágine de J. E. Rivera, y Doña Bárbara de R. Gallegos. Ambas están provistas de sendos glosarios en los que se nos introduce, a mi juicio fallidamente, a la tradición y cultura específica en cada caso. Suele ocurrirle al lector que dichos glosarios le resulten tediosos y poco útiles ya que las definiciones de los términos ignorados nos conducen a otro término del que también ignoramos su significado, quedando así atrapados en un laberinto lexical sin fin, metonímico y confuso.

Dice Rosalba Campra en América Latina: la identidad y la máscara «Siempre en ámbito rural, las novelas de Rivera y Gallegos incluyen en el tejido de la narración un porcentaje relevante de términos americanos, en su mayor parte referidos a la flora, la fauna o la geografía de las regiones descritas. Un vocabulario al final del libro, de cualquier manera, los devuelve sin misericordia a su condición exótica». [4]

Es decir que no es éste el camino que lograría introducir lo propiamente «americano» en el contexto de la narrativa mundial, aunque no dejarán de ser ambas novelas, reivindicativas de la barbarie rechazada en el Facundo.

La americanidad no se alcanzará por la vía de desconocer la lengua del conquistador, y reafirmar los localismos, con una intertextualidad tan abrupta como ineficaz.

La intertextualidad como la puesta en acto de un saber-otro

La americanidad no se alcanzará por la vía de desconocer la lengua del conquistador, y reafirmar los localismos, con una intertextualidad tan abrupta como ineficaz.

Sería más precisamente por la vía de la apropiación de distintos tipos de saberes (leyendas, cuentos, coplas) asimilados a la narrativa local y por la revelación de una verdad reprimida y condenada a la no-existencia, que «lo americano», con sus variaciones locales y regionales, lograría su lugar en la narrativa.

Campra incluso llega a vincular este movimiento «epistemológico-literario» con las crónicas de los conquistadores y de los primeros exploradores que llegaron desde Europa a tierras americanas (evoco aquí a Bernal Díaz, y a Cabeza de Vaca). En sus crónicas, así como en La araucana de Ercilla, estas tierras son sinónimo de «lo maravilloso», cargadas de asombro y de exuberante riqueza para ojos que creen estar soñando, y voces que enmudecen ante lo indescriptible del paisaje.

En un movimiento casi inverso al realizado por los letrados de fin de siglo XIX, la narrativa de la primera mitad del Siglo XX «(…) rebasa las estrechas fronteras de un realismo entendido como descripción de lo visible». La tendencia hacia la amplificación del concepto de realidad se desarrolla, en un primer momento, en relación con el pasado prehispánico, pero no en el sentido de un rescate arqueológico: lo que se repropone es, por una parte, una concepción en la que mundo visible y mundo invisible se perciben en un mismo nivel; por otra, un lenguaje en condiciones de transmitir esta unidad». [5] Unidad a la que se suma el hombre, a la vez que el componente mágico de aquello que escapa a la razón, y se inscribe en el reino de los sueños, de la fantasía o del mito, excediendo las categorías de lo nombrable, lo medible, lo cuantificable. Es este movimiento el que nos autoriza a destacar en la literatura de comienzos del XX la fusión de la misma con la búsqueda del ser, negado anteriormente, y el anticipo de lo real maravilloso que se desarrollará en la segunda mitad de dicho siglo preponderantemente.

En lo político, este movimiento se reflejará en una emancipación de ideas respecto de los ideales europeos, y en la afirmación de la autonomía y al derecho a la autodeterminación, evitando evolucionar de una dependencia hacia Europa a una dependencia hacia Estados Unidos.

Si bien, como dice Campra, no existe aún una lengua para la literatura, sino solamente para algunos personajes, no cabe duda de que el movimiento estaba ligado a la recuperación «…de un fondo mitológico en sentido estilístico» [6], a un cambio en el nivel de la expresión de la afectividad y de la subjetividad, un cambio en el uso de la metáfora. Y en dicho movimiento la relación con la tierra, aún en su aspecto hostil, es fundamental.

Este nuevo saber (que defino como «otro» a partir del europeo y racional) será el que articule:

Lenguaje (expresión)+ afectividad  (cuerpo) + relación con el mundo natural (naturaleza y animales) = ser americano

Podemos plantear aquí que se trata de un fenómeno de intertextualidad dado que estos decires se expresan o manifiestan en el marco de novelas con un alto grado de estilización.

Ahora bien, cuando estas voces brotan de personajes que han sido exterminados o que han desaparecido de la realidad cotidiana de sus ámbitos de existencia, nos aproximamos a la constitución de un sujeto mítico.

Esto es lo que creo que ocurre con el gaucho Don Segundo Sombra.
Don Segundo, descrito en general como una imagen, un ideal incorpóreo que encarnaría la tradición gauchesca, participa a mi juicio de la constitución de un mito por su decir, cargado del saber que solo se obtiene si se conoce la tierra, sus olores, sus ciclos, maldiciones y bendiciones, y el preciso lugar que le espera al hombre de la pampa argentina en el marco de una naturaleza apabullante y en apariencia ilimitada. El hombre interactúa con la naturaleza, y no aspira a dominarla, a poseerla.

Como ejemplo de lo dicho tomaré la historia narrada a la paisanada por Don Segundo, en el capítulo XII, la historia «…de un paisanito enamorao y de las diferencias que tuvo con un hijo, e diablo»[7].

Don Segundo, descrito en general como una imagen, un ideal incorpóreo que encarnaría la tradición gauchesca, participa a mi juicio de la constitución de un mito por su decir, cargado del saber que solo se obtiene si se conoce la tierra, sus olores, sus ciclos, maldiciones y bendiciones, y el preciso lugar que le espera al hombre de la pampa argentina en el marco de una naturaleza apabullante y en apariencia ilimitada.

La belleza de la historia del hijo de la mujer de mala vida con el Diablo, devenido flamenco gracias a un hechizo que le permitiría seducir mozas a pesar de su fealdad, es arrobadora y está cargada de cultura «de tierra adentro», tanto en lo lexical como en lo conceptual. El sujeto poético que se desprende de esa historia representa la cultura del hombre de campo, sin que tenga desde mi perspectiva ninguna importancia si el gaucho existe todavía en la pampa argentina o si es un producto de la literatura (a estas alturas, el gaucho ha prácticamente desaparecido de nuestra pampa).

Aquellos que han sido eliminados de las que eran sus tierras, toman existencia por el uso de la letras, fundando con la imagen del gaucho, un mito de argentinidad cargado de significaciones y valores destacables.
La novela, una clásica novela de viaje, en el que el protagonista crece, madura, se desarrolla, se hace hombre, incorpora las consecuencias de la operatividad de la letra desde el punto de vista legal (el protagonista termina heredando tierras, asumiendo su futuro de terrateniente), pero deja margen para la añoranza de un espíritu aguerrido y libre, en dialéctica constante con la naturaleza, dispuesto a conservar en su memoria afectiva las marcas del gaucho que lo guió, y del gaucho que alguna vez fue.

Variantes de este saber se encuentran también en canciones, coplas y otras manifestaciones orales de los pueblos de Latinoamérica (también presentes en las novelas de Gallegos y de Rivera mencionadas más arriba).

Esta narrativa como vehículo del saber-otro se constituye así en invención de realidades, en este caso, míticas, desde un discurso que afirma por sí mismo la existencia.

América Latina: el espacio para el mito
«…en la forma del mito se expresa el desfase temporal del colonizado, la opresión sufrida sin reconocerla, pero también la capacidad de inventar el mundo, de reinventarse». R. Campra

Para concluir y a modo de resumen, podríamos decir que las expresiones de la literatura hispanoamericana de fines de siglo XIX y principios del XX que he tomado, son inversos en sus objetivos, y se sirven de la intertextualidad como recurso para lograrlos.

El primero ve a América Latina y en particular a la Argentina, que es el eje principal de este ensayo, como una tierra «vacía», librada a la barbarie, que clama a través de sus clases acomodadas y de la voz de sus letrados, la colonización cultural a partir de los ideales franceses que deberían hacer a un lado la nefasta influencia de la Europa más pobre y bruta (España) para darle por fin entidad, existencia.

Aquellos que han sido eliminados de las que eran sus tierras, toman existencia por el uso de la letras, fundando con la imagen del gaucho, un mito de argentinidad cargado de significaciones y valores destacables.

El segundo asume en cierto modo la influencia española pero no la privilegia, sino que por el contrario la subordina a la cultura que surge de la interacción de los diferentes pueblos entre sí y con sus medios naturales. Si bien las formas (sobre todo en Don Segundo…) responden a un alto grado de estilización, las temáticas y los ideales que subyacen son profundamente americanos.

El primero, al vaciar la tierra, la convierte en un lugar mítico.

El segundo, al rescatar su cultura, la rescata como lugar para el mito, y logra por ello darle su entidad propia, su identidad y su ser.

Ser que es tan frágil, diverso y a la vez tan auténtico como el del resto de las culturas que conviven en el mundo de las letras.

Buenos Aires, octubre de 2007

Notas:
[1] Montaldo, Graciela. Ficciones culturales y fábulas de identidad en América Latina. Pág. 49. Beatriz Viterbo Editora. Edición 2004.
[2] Ibid (1). Pág. 54.
[3] Ibid (1). Pág. 73.
[4] Campra, Rosalía. América Latina: la identidad y la máscara. Pág. 105. Siglo XXI Editores. Edición 1998.
[5] Ibid. (4). Pág. 65.
[6] Ibid (4). Pág. 106.
[7] Güiraldes, Ricardo. Don Segundo Sombra. Pág.76 y sig. Editorial Losada S.A. Edición 1949.

Bibliografía
•Montaldo, Graciela. Ficciones culturales y fábulas de identidad en América Latina. Pág. 49. Beatriz Viterbo Editora. Edición 2004.
•Campra, Rosalía. América Latina: la identidad y la máscara. Pág. 105. Siglo XXI Editores. Edición 1998.
•Güiraldes, Ricardo. Don Segundo Sombra. Pág.76 y sig. Editorial Losada S.A. Edición 1949.
•Sarmiento, Domingo F. Facundo. Editora Biblioteca Mundial Sopena. Edición 1938.
•Gallegos, Rómulo. Doña Bárbara. Editorial Andrés Bello. Edición 1983.
•Rivera, J. E. La Vorágine. Editorial Losada. Edición 1989.
•Rama, Angel. La ciudad letrada. Tajamar Editores. Edición 2004.
Notas
Buenos Aires.

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