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Edición
44

Escribir para reponer voces silenciadas

Buenos Aires
Maria Rosa Lojo muestra las maneras en que se pensó el amor en nuestra cultura y rescata la voz de las mujeres de la literatura e historia argentina.

Corría el año 2001 y en una muy convulsionada Argentina, salió a la luz el libro de cuentos Amores insólitos de nuestra Historia, de María Rosa Lojo[1]. Se reimprimió con el agregado de dos nuevos relatos en 2011 y el mismo año se publicó, traducido al francés, en Canadá. En 2019 el libro fue nuevamente editado, pero en el contexto de un mundo muy diferente. A propósito de esta publicación conversamos con esta reconocida escritora e investigadora argentina.

Tus cuentos históricos narran tramas de amores muy diversos y están, mayoritariamente, relatados desde el punto de vista de personajes que corresponden a los márgenes del orden social imperante ¿Por qué elegís hablar esa voz?

Es justamente otra perspectiva diferente a la de la centralidad, es la de los subordinados o de los subalternos, los que no han sido escuchados, los que no han tenido oportunidad de figurar en la “Gran Historia” pero que si están en la llamada “Pequeña Historia” que hace a la trama de las sociedades. Esto explica la perspectiva de los relatos -no de todos porque hay algunos focalizados en personajes muy importantes, como Sarmiento-[2]. Pero incluso este es un Sarmiento que aparece no desde el punto de vista de sus grandes acciones políticas y de gobierno, sino desde la perspectiva de un amor que fue casi marginal en su vida. Fue una experiencia central para el objeto de ese amor, para Ida Wickersham, pero fue marginal para él. Entonces aparece, sí, a partir de cartas que realmente existieron, la mirada de este personaje que yo desarrollo desde esas escrituras que dejó; imagino lo que ella pudo sentir por Sarmiento, cómo tendría una inmensa frustración al verse luego totalmente desplazada en la vida de este hombre hecho para el poder, que llegó a ser Presidente de la Nación Argentina y fue un presidente y un educador decisivo para el país. Pero ella queda arrinconada como un episodio más en su vida.

…el amor es una construcción social, y todavía una de las más influyentes en nuestras vidas. No sólo es un sentimiento personal -que también lo es- sino que nuestro concepto del amor se construye socialmente…

¿Por qué elegir el tema del amor, que en cada uno de tus relatos se presenta de distintas formas?

Bueno, el amor es una construcción social, y todavía una de las más influyentes en nuestras vidas. No sólo es un sentimiento personal -que también lo es- sino que nuestro concepto del amor se construye socialmente; por eso hay un prólogo en este libro que habla de sus mutaciones a lo largo de la Historia occidental. Parte de la importancia fundadora del “amor cortés” -la cultura trovadoresca del siglo XII, en las cortes provenzales- que imagina esta relación como exclusiva, absoluta, única, muchas veces una relación destinada a la no consumación, a la adoración del otro.

También hablo en el prólogo sobre las dimensiones utópicas del amor: el retorno a la Unidad Primordial, el sueño alquímico de integración de los opuestos, la búsqueda de la plenitud -la mitad que nos falta- en el mito evocado por Aristófanes en El banquete y que se refiere a los presuntos humanos originarios, esféricos, que los dioses partieron en mitades como castigo por desafiarlos. Nuestra civilización, nuestra cultura, ha pensado al amor de muchas maneras y le ha adjudicado misiones extraordinarias, que no siempre o muy pocas veces puede llenar. Por eso mismo hay tantas historias trágicas de amor, porque se espera mucho más de lo que los seres humanos pueden dar.

Por otra parte, nuestra sociedad -la argentina en particular, en definitiva son cuentos de nuestra historia argentina- está construida, insólitamente, a la manera de las metáforas vanguardistas, con la interacción de lo distante, de lo diferente; tenemos un tejido social hecho de estas alianzas raras, de gente que viene de culturas distintas, de otros lugares del mundo, y que se encuentran en este país. Así que también refleja cómo somos y de dónde venimos. Los personajes de estas historias ven en el camino de sus amores la concreción de un destino y también un ejercicio de la libertad y de la autonomía, una búsqueda de ellos mismos. Se van autoconstruyendo en esas relaciones intrincadas que, muchas o la mayor de las veces no concluyen bien, porque hay encuentros, pero también desajustes. La metáfora vanguardista del amor insólito es una fulguración, no necesariamente una duración.

…el documento histórico tiene que estar completamente procesado e incorporado a la propia escritura, de forma tal que resulte una cosa legible… El objetivo es devolver a estos personajes del pasado una movilidad y un espesor humanos.

¿Cómo podríamos pensar el choque de culturas que vos retomas en tus relatos y cuán distinto es éste en tiempos globales?

No es algo que está en el libro, pero es evidente que también hay migraciones hoy día y que el desplazamiento es uno de los motores de los cruces extraños, los cruces entre diferentes. Vivimos hoy en un mundo que es, en muchos sentidos, más pequeño, más alcanzable. Una migración ahora no supone que dejes de verte para siempre con la gente de tu mundo originario, como antes podía ser. Ahora, si bien se migra mucho, al menos dentro de la sociedad occidental, también esos lugares se van pareciendo cada vez más, aunque tengan asimetrías y disparidades importantes en lo económico, en la soberanía, lo institucional. Por un lado, hay -o se busca- un mayor parecido cultural; y por otro lado hay una gran intolerancia. Y esta última cuestión es un fuerte desafío del mundo actual, porque si bien desde un pensamiento políticamente correcto y enraizado en los estudios antropológicos, se insiste en la posibilidad de convivir con un respeto a la diferencia del otro y una consideración no jerárquica de esa diferencia, aun así, los imaginarios operan sobre las auto percepciones y sobre la percepción de los “otros”. Se presentan inevitables choques de valores y de sensibilidades que hacen a la diversidad cultural.

Este libro, justamente, es problemático al respecto, no se plantean soluciones ni tampoco historias de final feliz. Son relatos sobre los problemas o la fascinación que a los individuos les causa lo distinto, es un choque; pero por otro lado es atracción, y conjunción, aunque resulte momentánea. Se abre una rica ambigüedad de relaciones y de matices.

¿Cómo crear ficción usando crónicas y documentos históricos?

Cuando se escribe literatura con este material, el documento histórico tiene que estar completamente procesado e incorporado a la propia escritura, de forma tal que resulte una cosa legible. Tiene que fluir, si no se entorpece la narración y el texto se vuelve insoportable. El objetivo es devolver a estos personajes del pasado una movilidad y un espesor humanos. Siempre va a ser, desde ya, una conjetura creativa e interpretativa, porque estamos en el terreno de la imaginación literaria. Claro que para escribir este tipo de literatura también hay que leer, saber y conocer mucha historia.

Hay un cuento en el que los nativos atacan un fuerte español y el Cacique Siripó se apropia de una de las cautivas y “…La convierte en señora de su albedrío a la que sirven sus criados, y la nombra su querida mujer”[3]. ¿Cómo funciona el sistema machista en las comunidades autóctonas sudamericanas?

Ese es un episodio que figura por primera vez en la crónica de Ruy Díaz de Guzmán llamada “La Argentina manuscrita” (1612), porque circuló inédita durante varios siglos. Este episodio, el de la cautiva española Lucía Miranda, no parece basado en fuentes documentales, pero tuvo buena muy buena fortuna literaria; tanta que en 1860 dos escritoras, Eduarda Mansilla y Rosa Guerra publicaron sendas novelas que amplificaban de maneras distintas este relato. Acá Díaz de Guzmán -nieto mestizo del conquistador Domingo de Irala- se refiere a la cultura guaraní que los colonizadores conocieron y que sí tenía aspectos machistas; las mujeres se capturaban como botín de guerra o eran intercambiadas como bienes a través de pactos y alianzas. Pero, además de que muchos de los españoles no dudaron un segundo en aceptar ese botín y agenciarse un harén propio, la guaraní no era la única cultura con estas características. Pierre Bourdieu considera la “dominación masculina” como algo universal, con diferentes grados y matices en las distintas comunidades. De hecho, también los colonizadores occidentales eran patriarcales. Las mujeres se intercambiaban igualmente como botín de guerra y prenda de alianza. Eso se veía muy claro en las clases dirigentes europeas, con los matrimonios arreglados de las casas reales. Lo cual no significa que no haya habido mujeres con verdadero poder político -como Isabel la Católica, y Elizabeth I de Inglaterra-, aunque esto no fuese la norma.

…nuestra literatura parece que tuviera solamente fundadores, pero no fundadoras, hay como una tradición femenina perdida y por eso nunca está de más destacar la presencia de estas personalidades. Dediqué a esa tarea buena parte de mi trabajo…

Por otro lado, también debemos recordar que las mujeres en los pueblos nativos americanos, muchas veces gozaban de estatutos interesantes. Por ejemplo, entre los Mapuches la medicina de la comunidad, el chamanismo, estaba en general a cargo de ellas, que tenían un rol importante. También podían cumplir una intervención significativa como embajadoras, aunque en definitiva la política estaba manejada por los caciques guerreros, que además eran polígamos. Y esto también estaba relacionado con el poder, un gran cacique podía tener muchas esposas. Aquel que tenía más medios para mantener más mujeres -con las que solía casarse por razones políticas también- evidenciaba una mayor cuota de autoridad y de prestigio social.

¿Y cómo funciona distinto el machismo en la cultura occidental? Lo pregunto pensando en aquel otro cuento, situado en el siglo XIX, donde un hombre educado como Domingo Faustino Sarmiento le plantea a Aurelia Vélez “No es usted ni viuda, ni casada, ni soltera… sea algo: viva pues para mí, asóciese a mí, sírvame a mí”[4]. ¡Realmente es un dialogo interesantísimo para ver cómo se cosifica a la mujer!

Si, y eso que Sarmiento fue de los más progresistas al respecto. Consideraba que la mujer debía educarse y participar de manera protagónica en la educación. Además, él tenía un gran respeto intelectual por Aurelia Vélez, era una manera de decirle “No sirva a otro, sírvame a mí y a mi causa” y, si bien es una manera de expresarse que hoy a nuestros oídos contemporáneos suena muy brutal, no es porque la considerara inferior a un hombre. ¡Él le hubiera dicho lo mismo a un joven al que le hubiera pedido que trabajara para él! Porque estaba seriamente involucrado con Aurelia Vélez, de hecho, yo creo que es uno de sus grandes amores, si no el gran amor.

En este sentido era un hombre muy progre. Otro ejemplo de esta posición suya atañe a Juana Manso. Era escritora y también música, una mujer muy combativa, que tuvo enfrentamientos continuos con mucha gente porque proclamaba la equidad total de derechos para hombres y mujeres. Sarmiento tiene con ella una relación laboral muy intensa, y dice que Juana Manso es el único hombre, en el sentido de individuo humano, que ha entendido su pensamiento en el Río de la Plata. Claro que la palabra hombre era la única que expresaba en aquella época un ser humano autónomo en la plenitud de sus derechos. Hombre, claro, occidental y blanco, que eso significaba entonces un humano en plenitud, un individuo dueño de sí.

¿Por qué te parece importante narrar historias sobre estas mujeres fuertes, que vienen a sacudir el mundo que les estaba dado?

Porque estas voces estaban y muchas veces fueron minimizadas o señaladas como excepciones indeseables. Mi aspiración como investigadora y como escritora, justamente, siempre ha sido la de reponer voces que luego fueron desapareciendo de los registros de la literatura y que no se instalaron en cánones nacionales, esa es la cuestión. Ahora justamente acabo de terminar un pequeño trabajo para la Historia Feminista de la Literatura Argentina, que va a publicar Eduvim -Editorial de la Universidad de Villa María, Córdoba- con la dirección general de Nora Domínguez -Instituto de Estudios de Género de la UBA- y de otras dos estudiosas. Una de las cosas que yo me pregunto en ese ensayo es qué pasa con las escritoras del siglo XIX argentino, por qué se borra de la memoria nacional a estas primeras mujeres que se animan a escribir, a publicar en revistas y que en el momento en que surgen son completamente audibles y visibles, aunque también causan molestia y cierto escándalo. Pero el caso es que cuando irrumpen en la escena literaria periodística y editorial sí son registradas por sus contemporáneos; algunas de ellas publican libros por los que se hacen conocer -narradoras como Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla, Rosa Guerra, Juana Manso-. Sin embargo, paradójicamente, a medida que avanza la Historia, mientras las mujeres van entrando a las cátedras universitarias, se van situando en una vida un poco más pública, los nombres de las escritoras se difuminan, es como si no hubieran tenido importancia alguna. Sobre todo para el criterio de gusto y prestigio de la élite cultural. Silvina Ocampo, vástago de esa élite cultural -y social-, aparece años más tarde, al costado de Bioy Casares, más bien como una rareza literaria y una personalidad particular. El canon de la llamada “alta cultura” en la primera mitad del siglo XX incorporó muy pocas autoras. Y la otra Ocampo famosa -Victoria- era reconocida sobre todo como mecenas, y tampoco se ocupó de sus antepasadas y compatriotas.

…yo creo que en estos momentos el lenguaje inclusivo viene a marcar una posición política reactiva frente a la invisibilidad de las mujeres como sujetos y como agentes en la sociedad. Empieza con las mujeres y se extiende a otras categorías de género, a otras diversidades, señalando la existencia de múltiples sujetos.

Las literatas decimonónicas empezaron a recibir mayor atención en las dos últimas décadas del siglo XX y lo que va del siglo XXI, donde han sido objeto de mucho rescate, porque estaban perdidas. Por eso en otro ensayo que escribí para la Universidad del Litoral, las llamo las “originales perdidas”[5], porque fue un poco así, se las extravió en el camino, y nuestra literatura parece que tuviera solamente fundadores, pero no fundadoras, hay como una tradición femenina perdida y por eso nunca está de más destacar la presencia de estas personalidades. Dediqué a esa tarea buena parte de mi trabajo académico, como directora de proyectos de investigación y de colecciones de edición crítica. En tanto autora de ficción escribí las novelas Una mujer de fin de siglo (1999), sobre Eduarda Mansilla de García, y Las libres del Sur (2004), sobre Victoria Ocampo.

¿Qué opinas del uso del lenguaje inclusivo?

Es un tema con matices. Que el lenguaje se modifica es una realidad, y esto es parte de un proceso histórico, donde la lengua, en general, acompaña las modificaciones de la sociedad. No me parece que sea a la inversa, la lengua por sí misma no provoca modificaciones sociales, sino que las acompaña. Y las academias lo que hacen es convalidar el hecho consumado. Cuando una mayoría de la población habla de determinada manera, eso pasa a ser normativo, pero tiene que salir de una mayoría. Hay mucho debate sobre esto últimamente, pero yo creo que en estos momentos el lenguaje inclusivo viene a marcar una posición política reactiva frente a la invisibilidad de las mujeres como sujetos y como agentes en la sociedad. Empieza con las mujeres y se extiende a otras categorías de género, a otras diversidades, señalando la existencia de múltiples sujetos. Si bien esto no necesariamente va a producir por sí mismo un cambio social, expresa el deseo, la voluntad y la conciencia de diferentes sectores y actores sociales que se desmarcan del “masculino universal”. Y esto, sin duda, tiene efecto en la cultura al llamar la atención.

Ahora bien, la lengua misma tiene mecanismos para evitar la asimilación de toda categorización genérica a la masculinidad; por ejemplo, donde antes se usaba por defecto la palabra hombre hoy hay una tendencia institucional y de las academias a usar la palabra persona. Esto se evidencia cuando se trata de confeccionar un diccionario: ¿Por qué poner hombre si se puede poner persona de manera que quede muy claro que es hombre/ mujer/ trans/ o cualquier otra variedad? ¡Son todas personas! O a la inversa, por qué estereotipar en los diccionarios roles fijos de género, ya desactualizados. Pensemos en definiciones como El costurero: un adminículo donde se guardan todas las herramientas que las mujeres utilizan para la costura. ¡Cómo si fueran las únicas que cosían! Como si debieran estar obligatoriamente atadas a ese rol laboral. Entonces, claro, eso se reemplaza hoy día por: que se utilizan para la costura. ¡sean hombres/ mujeres/ o lo que fuere! O sea, la lengua, así como está ahora, igual tiene herramientas que se pueden utilizar dentro de su propia morfología sin necesidad de alterarla. Herramientas léxicas como estas que se pueden emplear para que el mundo no parezca hecho de puros sujetos masculinos, o de sujetos femeninos estereotipados. Pero igual esto es un problema en la actualidad y se verá su desarrollo a futuro. Entiendo yo que no se puede imponer por decreto una modificación del lenguaje. El lenguaje se va transformando históricamente como una creación colectiva, no hay un dictamen o decreto desde arriba hacia abajo que pueda decir que “de ahora en más vamos a hablar todos así”.

…se hablaba de una “prosa viril”, como si solamente lo valioso fuera lo masculino. Está connotada la palabra de una manera totalmente valorativa frente a una implícita minusvaloración de lo asociado a lo femenino. Bueno, esas cosas yo creo que sí, que están cambiando históricamente, y no se pueden sostener ya. Este es un claro ejemplo de cómo se va modificando el lenguaje a medida que se modifica la sociedad…

Estoy pensando que antes, cuando se quería elogiar a una nación, se hablaba de una “nación viril”, y eso era común. O cuando querías marcar que una mujer tenía energía para escribir y tenía valor se hablaba de una “prosa viril”, como si solamente lo valioso fuera lo masculino. Está connotada la palabra de una manera totalmente valorativa frente a una implícita minusvaloración de lo asociado a lo femenino. Bueno, esas cosas yo creo que sí, que están cambiando históricamente, y no se pueden sostener ya. Este es un claro ejemplo de cómo se va modificando el lenguaje a medida que se modifica la sociedad; hoy ya no se podrían usar esas expresiones con esos sentidos.

Por otro lado, como escritora yo no me siento obligada a utilizar lenguaje inclusivo poniendo todes o poniendo un @ o poniendo una X. Porque creo que mi escritura en sí misma visibiliza la diversidad genérica, los derechos de los subalternos. Visibiliza todo eso el contenido de lo que yo escribo. No es necesario que yo adopte una modificación del lenguaje, en la cual tampoco me siento cómoda, no me sale. Pero no me molesta si lo usan otras personas, solo no me siento obligada a mi vez a utilizarlo yo. Entiendo que, si eso se convierte en una amplia práctica social y finalmente lo termina adoptando todo el mundo, entonces será aceptado y normativizado como tal por las academias.

¿Cuál es tu próximo proyecto?  

Estoy escribiendo un libro de cuentos, también para Editorial Alfaguara, que se va a llamar Así los trata la muerte y que se relaciona con otro volumen de cuentos mío publicado hace 20 años: Historias ocultas en la Recoleta[6] sobre algunas de las personas enterradas en este famoso cementerio. En el nuevo libro los cuentos no son históricos propiamente dichos, sino que proponen la apuesta imaginaria de situar a los personajes en un hipotético más allá, después de que mueren. ¿Qué les pasa entonces? Cada uno y cada una se construye su cielo o su infierno según quién fue y la vida que vivió, según sus asignaturas pendientes. Desde ya que esto requiere un conocimiento preciso de los personajes y de sus historias, que inevitablemente va a emerger en esa pos-vida imaginada. En suma: los protagonistas saldarán sus cuentas con lo que hicieron en este mundo, con sus errores y desaciertos, con aspiraciones y deseos o curiosidades insatisfechas. Esta experiencia los llevará a diferentes espacios virtuales y a cruces significativos, tanto entre contemporáneos como entre personas de otras épocas y otras naciones. Todo puede pasar en la “dimensión desconocida” más allá de la tierra.

Bueno, lo vamos a querer leer ese también. Te agradezco mucho la conversación.

Notas:
[1] Amores insólitos de nuestra Historia, Editorial Alfaguara, Argentina, 2001.
[2] Domingo Faustino Sarmiento: Politico, escritor, periodista, educador, presidente de la República Argentina entre 1868 y 1874.
[3] Amores insólitos de nuestra Historia, Editorial Alfaguara, Argentina, 2001. Pág. 55.
[4] Amores insólitos de nuestra Historia, Editorial Alfaguara, Argentina, 2001. Pág. 198.
[5] “Las originales perdidas: una tradición literaria de mujeres para integrar el canon nacional.” (2019). El hilo de la fábula, (19), 175-179. https://doi.org/10.14409/hf.v0i19.8643.
[6] Historias ocultas en la Recoleta, Editorial Extra Alfaguara, Argentina, 2000. Con Roberto Elissalde (investigación histórica).

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