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Edición
28

El pensamiento transicional de Donald Winnicott

Un pensador que nos recuerda de que se trata estar vivos.
Donald Winnicott – Jorge Ballester

«Todo esto les parecerá a ustedes un embrollo. Pero a mí me satisface el simple hecho de tomar parte en un ejercicio de fertilización cruzada. ¿Quién sabe qué clase de híbrido puede resultar este mestizaje?».

                                                                                                                                       Donald Winnicott

Salir al encuentro de la obra de Donald Winnicott en los albores del siglo XXI implica, de entrada, reflexionar acerca de dos cuestiones básicas: la primera, si su corpus conceptual contiene el adecuado grosor teórico –como gustaba decir al propio Winnie -así le llamaba su esposa Clare–, si su obra se conserva «viva». Viva en sí misma, como instrumento útil para pensar; viva en relación con la de otros pensadores significativos del psicoanálisis, como Freud, Lacan, Klein, Bion, Kohut y demás; y viva para dialogar con otros campos del saber y para establecer puentes con otras disciplinas diversas, como la filosofía y el arte. La segunda, si la lectura de la doxa winnicottiana permite crear y recrear sus ideas y aportaciones, esto es, si habilita un gesto creativo, original, espontáneo, entre quienes con devoción se acercan a sus postulados psicoanalíticos, máxime, en un autor alérgico a los aparatos de estado: a las consignas programáticas, a los dogmas de escuela y a las adhesiones ciegas e inquebrantables. Winnicott es un autor permanentemente dispuesto para el pensamiento creativo, para el gesto espontáneo.

Winnicott es un autor con un estilo directo y sencillo a la vez que paradójico -la paradoja es esencial en su obra-, cuyo pensamiento está dirigido tanto a profesionales como a legos, y que aboga por un lenguaje vivo, abierto y creativo, frente a un lenguaje muerto, cerrado, mecánico, repetitivo; un autor que divulga su obra mediante escritos, conferencias y charlas, y que, para estimular la mutualidad y la creatividad de sus alumnos, les dice –según evocó Marion Milner– que «lo que encontrarán ustedes en mí, tendrán que sacarlo del caos».

El bebé no existe, lo que existe es la pareja de crianza», formulado en los años cuarenta…

Su obra recorre un arco de tensión que va desde su conocido dictum de que «el bebé no existe, lo que existe es la pareja de crianza», formulado en los años cuarenta en una de las reuniones de la Sociedad Psicoanalítica Británica, donde introduce su idea de ambiente facilitador y, por extensión, de madre suficientemente buena, hasta la célebre frase que encabeza la dedicatoria del libro Realidad y juego (1971), «a mis pacientes, que pagaron por enseñarme», que culmina su labor teórico-clínica y su vida, pues el libro vio la luz una semana después de su muerte.

El pensamiento de este pediatra, psicoanalista y psiquiatra infantil, deudor de Sigmund Freud y Melanie Klein en su formación psicoanalítica – y de forma indirecta de Sándor Ferenczi, clave en su tarea terapéutica-, despliega su expresión más personal al incorporar el medio ambiente, el mundo externo, al campo psicoanalítico. Establece así un aporte original e imprescindible para el estudio de la naturaleza humana con su teoría del desarrollo emocional primitivo, al tomar la idea de «evolución» de Charles Darwin como telón de fondo: «Fue [el descubrir a Freud] como cuando leí en la escuela a Darwin y supe de inmediato que Darwin era la horma de mi zapato». Para Winnicott las brechas del conocimiento suponen aberturas que le conducen a crear sus nociones de «espacio potencial» y de «fenómenos y objetos transicionales», las más esenciales en toda su obra. Con la aportación de la idea del medio materno o ambiente facilitador como sostén primordial del bebé, a partir de la doble influencia de Darwin -el ambiente- y Freud -el inconsciente-, Winnicott se posiciona como un estudioso de la naturaleza humana de primer orden: como un naturalista psicoanalítico.

Winnicott plantea que el medio ambiente, en permanente intercambio con la herencia, facilita la construcción del individuo. La inclusión del ambiente en el estudio del desarrollo emocional humano es la piedra angular de su constructo teórico, en tanto que modula su pensamiento y su forma de concebir la clínica psicoanalítica y el tratamiento. En su teoría considera que el desarrollo emocional humano solo puede desplegarse teniendo en cuenta el medio o mundo externo, a partir de la paradoja de que «el bebé no existe, lo que existe es la pareja de crianza»; seguida de esta otra: «El bebé crea el pecho, la madre y el mundo».

La madre suficientemente buena -la que se acomoda a las necesidades del bebé- es la que habilita el desarrollo y la maduración de las potencialidades biológicas del bebé…

El ambiente o medio ambiente o la madre, en su condición de ambientefacilitador o suficientemente bueno, es  primordial en las primeras etapas de la infancia; sin la madre -o figura sustituta, esto es, la persona que ejerce de sostén primordial- el bebé no puede existir. La madre, de forma «activa» y «suficiente», se adapta a las necesidades del bebé asegurando su continuidadexistencial y permitiendo su inclusión en el mundo. Así, la madre suficientemente buena -la que se acomoda a las necesidades del bebé- es la que habilita el desarrollo y la maduración de las potencialidades biológicas del bebé, sobre todo durante la etapa de la dependencia absoluta, la que facilita su paso a la dependencia relativa y su camino hacia la independencia que, como bien observa el autor, nunca es total o completa.

Otro de los pilares del pensamiento de Winnicott, junto al mundo externo –Darwin- y al mundo interno –Freud-, es el vitalismo de Henri Bergson. El élan vital, traducido al castellano como impulso vital o fuerza vital, la creatividad y la noción de «duración» -continuidad de cambio- bergsonianas, son la fuentes de inspiración del espacio transicional winnicottiano, esto es, del área de juego de la experiencia vital, de la vida. Para Bergson la teoría del conocimiento y la teoría de la vida son indisociables. Y la prueba de vida del ser humano es la vida creativa: la vida es invención. A su estela, Winnicott señala en su libro Realidad y juego (1971) que lo importante es estar vivo y sentirse real, lo que implica tener capacidad de jugar y de llevar una vida creativa.

En el juego, y solo en él, puede el niño o el adulto crear y usar toda la personalidad, el individuo descubre su self solo cuando se muestra creador…

Unos años antes, en «El concepto de individuo sano» (1967), se plantea una pregunta decisiva: «¿Cuál es la finalidad de la vida? No necesito conocer la respuesta, pero podemos convenir en que se relaciona más con el hecho de ser que con el sexo». En este sentido son notorias algunas correspondencias fundamentales entre ambos autores: el élan vital y el gesto espontáneo; la duración y el espacio transicional; la vida como invención y la vida como apercepción creadora; el ser y el verdadero self. Para Winnicott, el contrapunto de la vida es la no vida; y no la muerte, pues vida y muerte son partes constitutivas del proceso vital.  Lo que le interesa es si hay vida -creatividad, inquietud- o no vida -vacío existencial, aburrimiento-, ya que es un autor que alzaprima la creatividad humana, la vitalidad, ya que el aburrimiento es la muerte en vida. La consigna de Winnicott es que «la vida merece la pena ser vivida».

Según Winnicott, la madre promueve que el bebé realice su gesto espontáneo y que, paulatinamente, vaya creando el mundo y construyendo su mundo subjetivo. Así, al primer objeto simbólico del bebé este autor lo denomina objeto transicional, en tanto que es un objeto que encarna una transición o movimiento entre lo externo e interno, lo propio y lo ajeno, lo extraño y lo familiar, y que ejerce de mediador simbólico de la presencia materna durante su ausencia. El objeto transicional aparece cuando empiezan a separarse el bebé y la madre, ocupa el espacio transitorio o intermedio entre ambos, y con su presencia -el objeto material puede ser el pulgar, el osito, el chupete, etc.- simboliza la ausencia materna, lo que otorga seguridad y confianza al bebé. Este objeto, como representante de la madre ausente, facilita la capacidad para estar a solas -pero sintiéndose acompañado- lo que representa un signo de madurez. Para Winnicott, el espacio potencial –o zona de intercambio (por ejemplo: entre el lector y yo en este momento) – y los fenómenos y objetos transicionales inauguran el espacio de la creatividad y del juego, y son la clave del sentido de la vida y de la salud del individuo.

Donald Winnicott Vocabulario Esencial de Javier Lacruz Navas
Donald Winnicott Vocabulario Esencial de Javier Lacruz Navas

Solidario con lo anterior cabe afirmar que el juego, o mejor el jugar, es la clave de bóveda de su pensamiento: «En el juego, y solo en él, puede el niño o el adulto crear y usar toda la personalidad, el individuo descubre su self solo cuando se muestra creador» Winnicott dixit). Para él, el juego se sitúa en el área intermedia de los fenómenos transicionales que determinan la experiencia cultural. Winnicott es un autor que juega con las palabras, con las ideas y con los conceptos como ningún otro; juega con su pensamiento y con el del paciente, con sus colegas y sus alumnos, con sus lectores y sus oyentes. Celebra tener algo para conocer o hacer con la misma intensidad que delezna lo mecánico y repetitivo, lo aburrido y fútil. Juega en un espacio transicional donde las ideas -que no son ni tuyas ni mías- se comparten, no se disputan. Considera que para jugar es necesario que las reglas del juego no sean excesivamente laxas o particularmente rígidas o mecánicas, puesto que anulan la capacidad de jugar e impiden a los participantes la posibilidad de sorprenderse a sí mismos. Como señala J. B. Pontalis en el prólogo de Realidad y juego (1971), Winnicott distingue dos tipos de juego: el juego libre o improvisado (play) y el juego con normas o reglado (game).

La experiencia cultural es una extensión directa del juego.

El primero es el objeto de su atención: la acción dinámica del juego, el jugar. Los juegos responden a reglas predeterminadas, mientras que el jugar está librado a la idiosincrasia del jugador. Lo que le interesa a Winnicott no es el juego en sí, sino la actividad de jugar, esto es, el movimiento que genera la acción de jugar, porque «jugar es hacer».

En su teoría lo determinante es la capacidad de jugar. El jugar como actividad creadora, no como creación terminada, apoyada en la confianza y seguridad que otorga un ambiente facilitador suficientemente bueno.La capacidad de jugar es una forma de conocimiento creativo, un proceso abierto, nunca definitivo. Para él, el jugar es un logro en el desarrollo emocional del individuo: «El juego no es simplemente placer, es algo esencial para su bienestar», dice. El jugar depara una satisfacción que proviene del uso de un objeto, de reconocer al otro como distinto sin destruirlo, al que se confiere un nuevo valor simbólico. La experiencia de jugar produce un creciente grado de madurez, es decir, de riqueza psíquica. En el juego se despliega una actividad creativa que es expresión del verdadero self. En consecuencia, el juego principal es el juego de la vida, el estar vivo. En síntesis, para Winnicott, el juego es un fenómeno universal, una forma básica de vida, un modelo de comunicación y una actividad terapéutica.

Toda la clínica de Winnicott gravita en torno al jugar. Para él el juego tiene valor terapéutico: «Es bueno recordar siempre que el juego es por sí mismo una terapia»; es una «psicoterapia de aplicación inmediata y universal», dice.

El jugar depara una satisfacción que proviene del uso de un objeto, de reconocer al otro como distinto sin destruirlo, al que se confiere un nuevo valor simbólico. La experiencia de jugar produce un creciente grado de madurez, es decir, de riqueza psíquica.

Considera a la terapia como la superposición de dos áreas de juego: la del paciente y la del analista; la de dos personas que juegan juntas, «tratando de transformar en terreno de juego el peor de los desiertos», según Michel Leiris. En este sentido, Winnicott concibe el juego como un espacio de producción per se, y no como un reemplazo vicario de la asociación libre freudiana. En su modelo terapéutico privilegia el valor del sostén (holding) terapéutico sobre la interpretación, y promueve –en las patologías graves, como las psicosis o las patologías borderline– la regresión a la dependencia, a la etapa precoz de la dependencia absoluta, para que el paciente pueda encarar las experiencias traumáticas originarias. En su clínica considera que el paciente es quien enseña constantemente al analista; se interesa por la salud para evaluar la enfermedad del paciente; y valora el proceso terapéutico como una experiencia de autoconocimiento. La idea del juego como espacio fundante de la cura lo aplica a todas las modalidades terapéuticas: al psicoanálisis ortodoxo, al psicoanálisis a demanda y a la consulta terapéutica, donde a través del juego del garabato (squiggle) favorece la capacidad de jugar del paciente y su capacidad para usar al terapeuta.

Winnicott plantea que «si el filósofo abandona el sillón de su gabinete y se sienta en el suelo con su paciente, encontrará que hay una posición intermedia». Ese espacio transicional, ese entre (ni tuyo ni mío), es fundante: de todo su pensamiento y una nueva forma de decir en la clínica y en lo social. Y desde él formula un dictum primordial: «Lo natural es el juego, y el fenómeno altamente refinado del siglo XX es el Psicoanálisis». Pero concluye que el psicoanálisis no es un modo de vida.

Implica aceptar la tradición y asumir lo establecido, para cuestionarlo con una nueva forma de crear el mundo…

Y añade: «Todos abrigamos la esperanza de que nuestros pacientes terminen con nosotros y nos olviden, y de que descubran que el vivir mismo es la terapia que tiene sentido». En su modelo teórico, la capacidad de jugar remite a la capacidad de vivir la propia vida, lo que implica inscribir en el marco de referencia de la salud nuestro propio gesto espontáneo. De ahí que, si el hecho fundamental de nuestra existencia no es otro que el de jugar la partida de la propia vida, cabe pensar que la vida equivale a un juego y que la capacidad de jugar responde a la forma de jugar de cada individuo. Una capacidad de jugar que remite a nuestro proyecto de vida.

La experiencia cultural es una extensión directa del juego. Surge en el espacio potencial entre la realidad externa o realidad compartida y la realidad interna. La experiencia cultural implica aceptar la tradición y asumir lo establecido, para cuestionarlo con una nueva forma de crear el mundo: «Para dibujar como Picasso uno tiene que ser Picasso», recuerda Winnicott… Varios son los autores que han usado a Winnicott en diversos campos del conocimiento, que se han impregnado de su pensamiento a la luz de su corpus teórico-clínico. A modo de señalador de direcciones, en el universo estadounidense destacan varios autores: la filosofa Martha Nussbaum, que trabaja en áreas compartidas de derecho, economía, ética, libertades sociales y derechos de la mujer; el crítico de arte Donald Kuspit, cuya idea del Buen Artista la asocia a la dupla de verdadero y falso self winnicottiano; o la obra del psicoanalista Christopher Bollas, con su concepción de las afecciones normóticas, «que carecen de contacto con el mundo subjetivo y con el abordaje de lo fáctico que se caracteriza por la creatividad». La misma que cabe pensar en relación a este texto, donde tan solo queda que usted, lector, lo use, que lo haga suyo. 

2 Comentarios

  1. Estimado Javier: soy docente de la Fac. de Psicologia de la UBA, Bs.As. actualmente dicto un curso de posgrado sobre Winnicott. tambien la 2 materias que dicte en la carrera fueron con base de artic. de Winnicott. hace 30 años atras, por lo menos en la Fac. Psicologia, UBA, nadie enseñaba Winnicott, y solo habia comentarios en Escuela Inglesa. me alegro muchisimo su escrito. Debido a que se quemo mi disco rigido y perdi todas mis publicaciones, las busco x Internet y fue asi como lo encontré a Ud. ha sido un placer leerlo. sls
    Lic. Prof. Alicia E. Pelorosso

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