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08

El Pensamiento 1 de 2

«…En su conferencia Jefferson de 1989 Walker Percy argumentó que la ciencia moderna es radicalmente incoherente, «no cuando intenta comprender cosas y organismos subhumanos y el cosmos mismo, sino cuando trata de entender al ser humano, no su psicología o neurología o su aparato circulatorio, sino al ser humano como tal, en su humanidad», pero que Peirce con su teoría de los signos puso los cimientos para una ciencia coherente del ser humano, que aún debe desarrollarse.»

Este texto es la versión castellana del prólogo que Nathan Houser, director del Peirce Edition Project (Indianapolis), ha escrito para la primera edición de textos de Peirce traducidos al euskera. El libro, titulado Ch. S. Peirce. Artikulu eta hitzaldien bilduma (Ch. S. Peirce. Colección de artículos y conferencias) ha sido promovido por el prof. Andoni Ibarra y patrocinado entre otros por la Universidad del País Vasco y por la Universidad de Deusto, y ha sido editado dentro de una colección de traducciones de textos de los filósofos más importantes al euskera o vascuence en la editorial Klasikoak. El volumen recoge la traducción de 16 textos esenciales de Peirce, entre ellos algunos tan conocidos como «La fijación de la creencia» (1877), «Cómo esclarecer nuestras ideas» (1878), «La arquitectura de las teorías» (1891) o «Amor evolutivo» (1893). [1]

Charles S Peirce

Aunque Charles S. Peirce fue un filósofo estadounidense, para algunos el más importante, en realidad era un filósofo sin fronteras. Peirce creía en una gran comunidad de investigadores unidos en la sagrada búsqueda del conocimiento y sometidos únicamente a la promesa de no bloquear nunca el camino de la investigación. Hubiera sido una gran satisfacción para Peirce saber que a principios del siglo XXI una selección de sus escritos sería editada en vasco, una lengua a la que Peirce atribuía características que la convertían en interesante para la lógica. Pero su mayor satisfacción hubiera sido saber que había nuevos lectores de su obra y que quizás uno de ellos llegaría a capturar el sentido de su pensamiento y tendría la capacidad para mejorarlo y avanzar en la búsqueda de un periodo más ilustrado.

Charles Sanders Peirce nació el 10 de Septiembre de 1839 en Cambridge, Massachussets. Su padre, Benjamin Peirce, era un distinguido profesor del Harvard College y el matemático más respetado de los Estados Unidos. Su madre, Sarah Hunt Mills, era la hija de Elijah Hunt Mills, senador de los Estados Unidos por Massachussets. La familia Peirce estaba muy bien relacionada con círculos académicos y científicos, y Charles creció en la cercanía de las personas más destacadas de esos círculos. Se le consideró como un prodigio tanto en ciencia como en filosofía, más brillante aún que su padre en matemáticas. Por desgracia para Peirce, su mente independiente, que al principio fue tan admirada, resultó ser un gran obstáculo para su éxito. Esto se debió en parte a la época. Con la expansión de los Estados Unidos y el surgimiento de las grandes ciudades en el Oeste del país, Nueva Inglaterra, y especialmente Boston y Cambridge, se quedaron cada vez más aisladas y se hicieron más conservadoras, temerosas del genio y la originalidad [2]. A pesar de ser el más grande pensador que han producido los Estados Unidos, Peirce se encontró con problemas casi a cada paso, y sólo gracias a un gran esfuerzo fue capaz de llevar a cabo una parte de lo que prometía en su juventud.

La importancia de Peirce como pensador no se desvaneció del todo en su época. Entre sus amigos y admiradores se encuentran filósofos tan respetados como William James, Josiah Royce, John Dewey y el renombrado matemático y lógico Ernst Schröder. Sin embargo, tras una breve contrato en la Universidad Johns Hopkins como profesor de lógica a tiempo parcial (1879-1884) y un retiro prematuro (1891), y forzado, de la Inspección Costera y Geodésica de los Estados Unidos, en que se encargaba de los experimentos sobre la gravedad y la investigación sobre el péndulo, a Peirce le resultó imposible encontrar otro puesto de trabajo estable. Se pasó la mayor parte del último tercio de su vida tratando de superar su penuria económica y la mayoría de los trabajos que publicó en esta época los escribió por el dinero que le reportaban. Pero Peirce nunca abandonó por mucho tiempo su objetivo, hacer lo que pudiera en favor del progreso del conocimiento humano, y continuó desarrollando su sistema filosófico con la producción de una inmensa cantidad de manuscritos que permanecieron sin publicar y desconocidos salvo para un pequeño grupo de corresponsales de la última época. Fue más de veinte años después de su muerte, y sólo después de que el departamento de filosofía de Harvard publicara una selección de sus artículos, cuando la mayoría de los académicos empezó a vislumbrar la importancia y profundidad de su pensamiento.

El interés por Peirce ha crecido enormemente en los últimos años y las valoraciones de su importancia como pensador siguen siendo altas. Su obra en lógica algebraica y gráfica, ha llegado a ser vista como esencial tanto por su impacto histórico como por su duradera importancia para la investigación. Hilary Putnam expresó su sorpresa al descubrir «cuánto de lo que es bien conocido en la lógica moderna llegó a ser conocido por los lógicos mediante los esfuerzos de Peirce y sus seguidores» [3], y W. V. Quine pone el origen de la lógica moderna «en el surgimiento de la teoría general de la cuantificación en Frege y Peirce» y reconoce que «la aportación de Peirce fue históricamente determinante» [4]. Más recientemente, John Sowa ha demostrado cómo el sistema gráfico de la lógica de Peirce (sus gráficos existenciales) supone un avance sobre otras lógicas en cuanto a la representación del discurso y el estudio del lenguaje en general, y él mismo ha usado los gráficos existenciales como el fundamento lógico de sus gráficos conceptuales, «que combinan la lógica de Peirce con investigaciones sobre redes semánticas en inteligencia artificial y lingüística computacional» [5]. En filosofía, más generalmente, ha habido un resurgimiento considerable del interés por la obra de Peirce en todo el mundo. Esto queda demostrado por el creciente número de libros y artículos sobre Peirce, el creciente número de referencias a sus ideas, y el testimonio de filósofos respetados como Karl Popper, que considera a Peirce como «uno de los filósofos más grandes de todos los tiempos» [6]. Finalmente, en la disciplina conocida como semiótica, que tan rápidamente se ha desarrollado, se considera a Peirce como uno de sus fundadores, incluso como su fundador, y su teoría de los signos sigue estando entre las más estudiadas y sistemáticamente examinadas. Solo se han dado unos primeros pasos hacia el reconocimiento de la importancia de la semiótica para todas las disciplinas que tratan de la representación (entre ellas la epistemología, la lingüística, la antropología, la ciencia cognitiva, y probablemente todas las bellas artes). En su conferencia Jefferson de 1989 Walker Percy argumentó que la ciencia moderna es radicalmente incoherente, «no cuando intenta comprender cosas y organismos subhumanos y el cosmos mismo, sino cuando trata de entender al ser humano, no su psicología o neurología o su aparato circulatorio, sino al ser humano como tal, en su humanidad», pero que Peirce con su teoría de los signos puso los cimientos para una ciencia coherente del ser humano, que aún debe desarrollarse [7].

El amplio espectro de sus logros intelectuales es un obstáculo para una comprensión completa del pensamiento de Peirce, dado que cubren tantas ciencias humanas y naturales; pero además tenemos la dificultad de determinar hasta qué punto estaba influenciado por sus predecesores y colegas. Dado que creció entre matemáticos y científicos, Peirce aprendió muy pronto que el progreso intelectual depende siempre del conocimiento ya adquirido y que toda ciencia exitosa debe ser una labor cooperativa. Una de las razones por las que Peirce es tan importante para la historia de las ideas es que se dedicó a la filosofía de esa manera, sabiendo que si la filosofía quería realmente llegar a algún resultado debía abandonar la idea de que las grandes ideas surgen ex nihilo, que las ideas de uno son exclusivas de uno mismo. A consecuencia de ese punto de vista y de su deseo de llevar la filosofía a un grado de desarrollo más alto, Peirce se convirtió en un diligente estudiante de la historia de las ideas y quiso conectar sus pensamientos con corrientes intelectuales del pasado. También estudió cuidadosamente las ideas más importantes de su tiempo. Sus deudas son enormes como para enumerarlas todas aquí, pero no sería muy equivocado decir que Aristóteles y Kant fueron sus predecesores más influyentes, con Platón, Escoto y quizás Berkeley en segundo término, aunque sólo con una ligera ventaja sobre otros muchos como Leibniz, Hegel, Schelling, Schiller y Comte. Respecto a sus ideas científicas, matemáticas y lógicas, habría que añadir algunos nombres más como De Morgan y Boole. Cuando uno observa cómo influyeron las ideas de sus contemporáneos en su pensamiento, resulta muy difícil dar una breve lista. Peirce era muy ducho en numerosas disciplinas, debido a su trabajo científicamente fundado y a que escribió cientos de reseñas y comentarios para la prensa sobre reuniones científicas y «recogía» ideas al hacerlo. En lógica y matemáticas, e incluso filosofía, aparte de la de sus predecesores, destaca especialmente la influencia de Cayley, Silvestre, Schröder, Kempe, Klein y Cantor. Peirce también era receptivo a los escritos de sus colegas pragmatistas, entre los que incluía a Josiah Royce; pero el contemporáneo que más influyó sobre él fue William James. Otros contemporáneos que hay que mencionar son el filósofo y editor Paul Carus y la semiótica inglesa Victoria Lady Welby, cuya obra sobre los signos le condujo a Peirce y cuyo estrecho interés por las ideas semióticas de Peirce animó a este a desarrollar su teoría de los signos de un modo mucho más completo que si lo hubiera hecho sin su intervención.

La filosofía de Peirce es completamente sistemática, alguno podría decir que es sistemática en exceso. Una idea central de su sistema es que ciertas concepciones son básicas para otras, y estas a su vez para otras, y así sucesivamente, de manera que es posible reducir nuestros diferentes sistemas teóricos (nuestras ciencias) a una jerarquía de dependencias. En la cima de esa jerarquía (o en la base, si imaginamos una escalera de concepciones) encontramos un grupo de categorías universales, una idea que Peirce compartía con muchos de los grandes pensadores sistemáticos como Aristóteles, Kant y Hegel. Las categorías universales de Peirce son tres: primeridad, secundidad y terceridad. Primeridad es lo que es tal cual es independientemente de cualquier otra cosa. Secundidad es lo que es en relación con otra cosa. Terceridad es lo que es como mediación entre otros dos. Según su opinión todas las concepciones se pueden reducir a estas tres en su nivel más básico.

Esta teoría de las categorías, en su forma más abstracta, proviene de la matemática, que se encuentra en la cima de las ciencias. Peirce siguió a su padre al definir la matemática como la ciencia que deduce consecuencias a partir de hipótesis, de lo dado, pero es algo más que eso. La matemática es una ciencia heurística que investiga el reino de las formas abstractas, el reino de los objetos ideales (entia rationis). Es el matemático el primero en descubrir el carácter fundamental de la tríada al encontrar que las relaciones monádicas, diádicas y triádicas son irreducibles, mientras que relaciones de cualquier grado (o adición) superior pueden expresarse mediante combinaciones de relaciones triádicas. Esto se conoce como la tesis reductiva de Peirce.

La matemática no presupone ninguna otra ciencia, pero es presupuesta por las demás. Tras la matemática viene la filosofía, que tiene tres ramas principales: fenomenología, ciencia normativa y metafísica, que dependen unas de otras en el orden inverso. Como era de esperar, las categorías de Peirce aparecen en cada una de estas ramas de la filosofía (como debe ser, si son categorías universales). Peirce explicó esto en la quinta de una serie de seis conferencias sobre el pragmatismo que dio en Harvard en 1903:

«La filosofía tiene tres grandes partes. La primera es la Fenomenología, que simplemente contempla el Fenómeno Universal y distingue sus ubicuos elementos, Primeridad, Secundidad y Terceridad, junto con otras categorías quizás. La segunda gran parte es la Ciencia Normativa, que investiga las leyes universales y necesarias de la relación entre los Fenómenos y los Fines, esto es, la Verdad, el Bien, y la Belleza. La tercera gran parte es la Metafísica, que intenta comprender la Realidad de los Fenómenos»

(Texto 11).

Antes de presentar esa división Peirce había advertido a su audiencia: «Ahora voy a hacer una serie de afirmaciones que van a parecer extremas» (EP1:196), pero recalcó que eran esenciales para su defensa del pragmatismo.

Las tres partes de la filosofía están directamente relacionadas con las categorías. Al ocuparse de los elementos universales de los fenómenos en su inmediato carácter como fenómenos, la fenomenología trata de los fenómenos como primeros. Aquí las categorías aparecen como categorías fundamentales de la experiencia (o consciencia): la primeridad es el elemento monádico de la experiencia que se identifica usualmente con el sentimiento; la secundidad es el elemento diádico que se identifica con el sentido de la acción y la reacción; y la terceridad es un elemento triádico que se identifica con el sentido del aprendizaje o de la mediación, como por ejemplo en el pensamiento o la semiosis.

Al ocuparse de las leyes de la relación de los fenómenos con los fines, la ciencia normativa trata de los fenómenos como segundos. Las tres ciencias normativas (estética, ética, lógica) se asociaban a tres tipos de bondad: la bondad estética (la estética considera «las cosas cuyo fin es dar cuerpo a cualidades del sentimiento»), la bondad ética (la ética considera «las cosas cuyo fin es la acción»), y la bondad lógica (la lógica considera «las cosas cuyo fin es representar algo»). Las ciencias normativas corresponden a las tres categorías y dependen unas de otras, también en orden inverso. La lógica (o semiótica), a su vez, tiene tres ramas: gramática especulativa, crítica y retórica especulativa (Peirce usa a veces nombres diferentes). La gramática especulativa estudia los requisitos para cualquier tipo de representación: es el estudio de las «condiciones generales para que los signos sean signos» (1.444). La crítica es la ciencia formal sobre la verdad de las representaciones: es el estudio de la referencia de los signos a sus objetos. La retórica especulativa estudia la transmisión del conocimiento: se le puede denominar como ciencia de la interpretación.

Las tres ciencias normativas conducen a la metafísica, la tercera y última rama de la filosofía. La tarea general de la metafísica es «estudiar los caracteres más generales de la realidad y los objetos reales» (Texto 3). Al tratar de entender la realidad de los fenómenos, es decir, al tratar a los fenómenos como aquello que representa algo que es inherentemente independiente de la mente, la metafísica trata de los fenómenos como terceros. La lógica (semiótica), la ciencia normativa que precede inmediatamente a la metafísica, estructura las investigaciones metafísicas, que están llenas por supuesto de clasificaciones triádicas. Entre otras, posibilidad, realidad, destino; fortuna, ley, hábito; mente, materia y evolución.

Algunos aspectos típicos de la metafísica de Peirce son su idealismo objetivo y su cosmología evolutiva. En su «Architecture of theories» (Texto 3) Peirce define el idealismo objetivo como la teoría que mantiene que la «materia es mente decaída, mente que el hábito ha solidificado». Según esa doctrina, la materia es una mente que ha perdido gran parte de su elemento espontáneo a través de la adquisición de hábitos, de tal manera que ha adquirido la naturaleza gobernada por leyes que atribuimos a la sustancia material. Es la única teoría inteligible del universo, según Peirce, un monismo (o neutralismo, como lo llama) que considera a la ley psíquica como primordial y a la ley física como derivada y especial.

La ambiciosa cosmología evolutiva de Peirce es más difícil de definir en pocas palabras. Algunos lo consideran la parte más débil de su trabajo. W. B. Gallie lo llamó «el elefante blanco» de la filosofía de Peirce [8]. Pero otros aprecian la cosmología de Peirce como un antecedente de la física cosmológica contemporánea [9].Hay que recordar que según Peirce parte del objetivo de la filosofía es explicar el universo en su conjunto. En esto sería seguidor de los primeros filósofos griegos. Sea como sea, las ideas de Peirce sobre la evolución del cosmos son las siguientes [10].

Al principio no había nada. Pero esta nada primordial no era una nada vacía o un espacio vacío, sino un no-haber-nada, la nada que caracteriza a la falta de toda determinación. Peirce describía ese estado como «potencialidad completamente indeterminada y adimensional», que puede definirse como libertad, fortuna y espontaneidad (6.193, 200).

El primer paso en la evolución del mundo es la transición de la potencialidad indeterminada y adimensional a potencialidad determinada. El agente de esa transición es la fortuna o la pura espontaneidad. Esta nueva situación es un mundo platónico, un mundo de puros primeros, un mundo de cualidades que son meras posibilidades eternamente. Nos hemos movido, dice Peirce, de una situación de nada absoluta a una situación de caos.

Lo único que tenemos hasta este momento de la evolución del mundo es pura posibilidad, primeridad; nada es real aún, no hay secundidad. De alguna manera la posibilidad o potencialidad del caos se autodesarrolla, y el segundo gran paso en la evolución del mundo es aquel en que el mundo de la realidad emerge del mundo platónico de las cualidades. El mundo de la secundidad es un mundo de sucesos, de hechos, cuya existencia consiste en la interacción mutua entre cualidades reales. Pero este mundo aún no implica terceridad o ley.

La transición hacia un mundo de terceridad, el tercer gran paso en la evolución cósmica, es el resultado de un tendencia a adquirir hábitos que es inherente al mundo de los sucesos. A Peirce le gustaba explicar mediante los dados o el juego de cartas cómo sucesos fortuitos aislados podrían conducir a uniformidades a gran escala, si su aparición establece una tendencia, por ligera que fuera, para la reaparición de tendencias similares. Una tendencia a tomar hábitos es una tendencia que generaliza, y la aparición de todas las uniformidades, desde el tiempo y el espacio a la materia física e incluso las leyes de la naturaleza, puede explicarse como resultado de la tendencia del universo a adquirir hábitos. Peirce consideraba esta rendición de la fortuna y la libertad ante el hábito y la ley como un crecimiento hacia la racionalidad concreta. Aunque a veces imaginó un final para la historia marcado por la cristalización de una mente que llega a estar completamente gobernada por leyes y sin ninguna espontaneidad residual (racionalidad verdaderamente concreta), también sostuvo a veces que un elemento de libertad y originalidad persistirá siempre en un universo que alcance un estado de equilibrio o que vacile entre la fortuna y la ley.

Esto no es más que un esbozo parcial de algunas teorías y doctrinas características de la metafísica de Peirce, la tercera y última rama de la filosofía. No da cuenta de la función de la semiosis o del poder del amor en la evolución del cosmos, ni tampoco distingue entre las diferentes formas de la evolución que distingue al pensamiento más maduro de Peirce (Texto 4). A la filosofía le siguen en la clasificación de las ciencias las ciencias especiales como la física y la psicología y luego las ciencias críticas y finalmente las ciencias aplicadas como la pedagogía.

Este resumen ofrece una somera explicación del sistema filosófico de Peirce, pero debería ser suficiente para mostrar su amplitud y unidad. Visto como un todo, la filosofía de Peirce puede definirse de diferentes maneras, pero se haga como se haga, es necesario reconocer que es una filosofía científica. Eso recoge su carácter empírico y su vínculo con una metodología científica o experimental. Seguramente es correcto caracterizarla como filosofía empírica,

ya que él consideró su pragmatismo como un cuasi-positivismo. Su devoción por la matemática y la ciencia, su insistencia en el método científico y su máxima pragmática (que se parece mucho a un principio de verificación) sugieren ciertamente una afinidad entre el pragmatismo y el positivismo. Ya en 1905 explicaba el objetivo del pragmatismo de una manera que parece compartir importantes aspectos del positivismo:

«Servirá para mostrar que toda proposición de metafísica ontológica es una palabrería sin sentido (una palabra viene definida por otra y esta por otras sin que nunca se llegue a ninguna concepción real) o es directamente absurda, de manera que una vez que toda esa basura se retire, lo que quede de la filosofía será una serie de problemas que podrán ser objeto de investigación mediante los métodos de observación de las ciencias verdaderas» (Texto 15).

La máxima pragmática se puede considerar por tanto como un test sobre si nuestras concepciones y nuestras teorías están conectadas con la experiencia o si son parte de un mero juego lingüístico. Peirce afirmaba enfáticamente que «la experiencia es nuestra única maestra», y así aceptaba un contenido básico del empirismo clásico. Sin embargo, rechazaba la doctrina de la tabula rasa, señalando que «no hay ni un solo principio en el gran almacén de las teorías científicas establecidas que no haya surgido de una fuente que no sea el poder de la mente humana para crear ideas verdaderas». Pero este poder para crear ideas es débil, decía Peirce, y «las verdades luchan por no ahogarse en la inundación de las falsas nociones». La experiencia nos permite «filtrar» las falsas ideas, «dejando fluir a la verdad en su poderosa corriente» (5.50). Así, aunque hay muchos puntos en común entre el pragmatismo y el positivismo, hay también importantes diferencias, especialmente la insistencia de Peirce en el realismo y en la legitimidad del razonamiento abductivo y su rechazo a delimitar estrictamente el lenguaje de la observación y el lenguaje de la teoría [11].

La filosofía general de Peirce se llama a veces filosofía pragmática, donde el pragmatismo se considera como algo más que una teoría del sentido o un método para analizar concepciones. Combina el tipo de empirismo de Peirce con el método científico y el aspecto procesual del evolucionismo darwiniano (junto con un giro teleológico de origen aristotélico) para establecer un amplio programa filosófico. Es una filosofía en la que la finalidad parece cumplir la función que la intencionalidad cumplía para Brentano. El rasgo de la inteligencia es la finalidad, según Peirce, y la finalidad siempre está vinculada con la acción. El pragmatismo de Peirce puede por tanto considerarse como una filosofía de la praxis: «Los elementos de cada concepto entran en el pensamiento lógico por la puerta de la percepción y salen por la puerta de la acción teleológica; y todo aquello que no puede mostrar su pasaporte en ambas puertas debe ser arrestado por no estar autorizado por la razón» (Texto 13)

El pragmatismo, sin embargo, se centra en objetivos intelectuales, que recogen sólo una parte del conjunto de la semiosis. En consecuencia, el pragmatismo puede ser más estrecho que su teoría general de los signos o puede aplicarse a sólo una parte de la misma. Quizás lo mejor es describir su filosofía como una filosofía semiótica. Pero ¿es una semiótica idealista o realista? Según David Savan, Peirce es un idealista semiótico. Savan distingue entre dos formas de idealismo semiótico: una variedad débil que sostiene que cualquier propiedad, atributo o característica de cualquier cosa que exista depende de un sistema de signos, representaciones o interpretaciones, y una variedad fuerte que sostiene que la misma existencia de cualquier cosa depende de un sistema de signos, representaciones o interpretaciones que quiere referirse a ella. Savan defiende que Peirce es un idealista semiótico de la variedad moderada [12]. Según Thomas Short, por otro lado, Peirce es un realista semiótico [13]. La decisión sobre la aplicación de una u otra denominación a Peirce parece reflejar la importancia relativa que se le atribuye a los diferentes elementos de la relación sígnica, y con frecuencia parece ser más una cuestión de énfasis que una divergencia en las ideas. Dado que Peirce adoptó explícitamente un realismo cada vez más amplio, parece más apropiado seguir a Short y llamar a Peirce realista semiótico, especialmente porque eso refleja su advertencia pragmática de que nuestras concepciones no tienen sentido a no ser que hagan referencia a algo externo al intelecto: «es necesario encontrar un método por el que nuestras creencias se determinen por algo no humano, sino por cierta permanencia externa, algo sobre lo que nuestro pensamiento no tiene ninguna influencia» (Texto 1). Sin embargo, se podría decir a su vez que la vinculación de Peirce con su doctrina del idealismo objetivo favorece el punto de vista de Savan.

La teoría de los signos de Peirce ha recibido mayor atención que sus otras teorías en los últimos años. Esa teoría fue el resultado de muchos factores e influencias, incluidos quizás en primer lugar su estudio de la obra de Schiller, pero sobre todo la de Kant, su estudio de la lógica, sobre todo las lógicas de De Morgan y Boole (también la de Aristóteles y los lógicos medievales), su reacción a Darwin y la idea de la evolución y, finalmente, la creciente abstracción en las matemáticas, especialmente el desarrollo de la topología y la geometría no-euclídea. De todas esas influencias Peirce adquirió nuevas ideas y perspectivas que le condujeron por caminos que nadie antes había recorrido. Pero sobre todo fue la idea de que su concepción del signo podía aclarar problemas filosóficos hasta entonces irresolubles lo que le convenció de la importancia de los signos. Tras rechazar ciertas restricciones kantianas sobre lo que puede o no puede representarse, inició una investigación sobre todo el amplio tema de la representabilidad y estudió entre otras cosas las concepciones de Dios, la infinitud, la totalidad, la inmediatez y la necesidad matemática. Como resultado de esas investigaciones Peirce desarrolló y clarificó sus ideas semióticas, y con la adición de ciertas concepciones fenomenológicas llegó a la conclusión de que «toda consciencia es consciencia de signos» y que al estudiar los signos uno trata «todo lo que pudiera ser objeto de atención de la filosofía» [14]. Creyendo que había encontrado en la semiótica una mejor base para la filosofía que en la epistemología tradicional, Peirce se esforzó por expandir sus hallazgos hacia una teoría general de los signos, y después, al considerar cómo debe ser el universo para que existan los signos (o la semiosis), construyó un marco semiótico para la mayor parte de su obra filosófica.

En su forma más sencilla la teoría de los signos de Peirce viene a decir algo así: un signo está por algo para algo. Aquello por lo que está el signo es su objeto, aquello para lo que está es su interpretante. La relación sígnica es fundamentalmente triádica: si se elimina el objeto o el interpretante, se anula el signo. Esta es la idea clave de la semiótica de Peirce y la que lo distingue de la mayoría de las teorías de la representación que intentan explicar los signos (las representaciones) que se conectan únicamente con objetos.

A medida que su teoría evolucionaba, Peirce llegó a distinguir entre diferentes objetos e interpretantes. Todo signo tiene dos objetos, un objeto dinámico, «el objeto realmente efectivo pero no inmediatamente presente», y un objeto inmediato, «el objeto tal como el signo lo representa». Y cada signo tiene tres interpretantes, un interpretante final (o lógico), que «es el efecto que el signo hubiera producido en la mente tras un desarrollo suficiente del pensamiento», un interpretante dinámico, que es «el efecto realmente producido en la mente», y un interpretante inmediato, que es «el interpretante representado o significado en el signo» (8.343). Cualquier signo revela sólo parcialmente su objeto dinámico y esa revelación parcial constituye su objeto inmediato. Así mismo, el interpretante final de un signo es (o debería ser) el resultado de la historia de una interacción semiótica con el objeto dinámico dado, mientras que el interpretante dinámico es el resultado que el signo realmente produce (en un momento dado), y el interpretante inmediato es el significado inmediato del signo independientemente de toda la historia previa de su objeto.

Notas:
Obras de Peirce
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• VERICAT, JOSÉ. El hombre, un signo : (el pragmatismo de Peirce), Barcelona: Crítica, 1988.
• WIENER, PHILIP y FREDERIC HAROLD YOUNG, eds. Studies in the Philosophy of Charles Sanders Peirce. Cambridge: Harvard University Press, 1952.

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